
29.12.2025 06:47 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
La tercera corrida de la Feria de Cali dejó una tarde de lectura técnica y emociones contrastadas, marcada por una corrida de Ernesto Gutiérrez de bravura justa y casta contenida, el compromiso sin alardes de Luis Bolívar, la tarde gris de Alejandro Talavante y la irrupción honrada y valiente de Olga Casado, que conquistó al tendido desde la verdad.
Cali - Colombia. La tercera corrida de la Feria de Cali se escribió con tinta espesa, de esas que exigen reposo para ser leídas con criterio taurino. No fue una tarde de triunfalismos fáciles ni de estadísticas huecas, sino un festejo de matices, de argumentos, de silencios elocuentes y de palmas medidas, donde el toro, con sus virtudes y carencias, marcó la pauta y los toreros quedaron expuestos a la desnudez de su concepto y su entrega.
Se lidiaron Toros y Novillos de Ernesto Gutiérrez, con un denominador común: bravura aparente, nobleza sostenida en la embestida y una preocupante limitación de casta que terminó condicionando el desarrollo de muchas faenas. El primero fue un toro bravo, noble y fijo, aunque justo de fondo; tuvo clase en el viaje y mereció palmas en el arrastre. El segundo, de similares hechuras, se arrancó de largo y mantuvo la nobleza, pero volvió a evidenciar esa falta de casta que impide que la faena rompa definitivamente. El cuarto repitió el patrón: bravo, noble, entregado, con duración suficiente para estructurar una obra seria, nuevamente despedido con palmas en el arrastre. Muy distinto fue el quinto, manso declarado, noblón pero desentendido, rajado pronto, sin querer saber nada del engaño; los pitos en el arrastre fueron la sentencia del público caleño, exigente y conocedor.
En cuanto a los Novillos, el tercero de la tarde, también de Ernesto Gutiérrez, resultó manso, huidizo y desentendido, aunque con una nobleza aprovechable para quien estuviera dispuesto a apostar. El sexto fue devuelto por problemas evidentes en su pata izquierda trasera, saliendo en su lugar un novillo sobrero de la ganadería Juan Bernardo Caicedo: encastado en su salida, noble en el trazo inicial, pero desclasado y muy limitado en bravura, con arreones defensivos que pusieron a prueba la firmeza de quien lo enfrentó.
Luis Bolívar abrió plaza con autoridad y conocimiento del ritual. Desde el saludo capotero dejó claras sus intenciones: dos largas cambiadas de hinojos y verónicas bien rematadas, llevando al toro cosido al percal. En la muleta apostó por la parsimonia, el sitio exacto y la torería sin aspavientos. Supo administrar los terrenos, templó la embestida y construyó una faena intensa, de gran interés técnico, más valorable por su estructura que por el lucimiento superficial. Dos estocadas pusieron fin a su labor, recibiendo palmas justas. En el cuarto de lidia ordinaria, volvió a mostrarse seguro con el capote, largas y verónicas de trazo firme. Con la pañosa hilvanó una faena seria, templada, con gusto y variedad por ambas manos, conectando con el tendido desde la sobriedad. Nuevamente dos estocadas y saludo desde el tercio, dejando constancia de una tarde sólida, profesional y honesta.
Alejandro Talavante vivió una tarde de sombras. Con el segundo de la lidia ordinaria, primero de su lote, su saludo capotero fue discreto, sin mayor expresión. En la muleta nunca terminó de acoplarse con el burel; faltó porfía, decisión y esa capacidad de imponer criterio cuando el toro no lo regala todo. Quedó la incógnita flotando en el ambiente: el porqué de una faena que no terminó de arrancar ni emoción ni argumento. Con el acero montó guardia y dejó una estocada que no calmó los ánimos; la bronca fue sonora. Con el quinto, segundo de su lote, dejó algunas verónicas válidas con el percal, pero en la muleta, pese a mostrar disposición, la pobre materia prima, mansa y rajada, no le permitió expresarse. Una suerte suprema poco ortodoxa cerró su actuación, y el silencio tras aviso fue el reflejo de una tarde para el olvido.
La nota más emotiva y auténtica de la tarde la puso Olga Casado. Con el tercero de lidia ordinaria firmó un exquisito saludo a la verónica, cargando la suerte y llevando al novillo con cadencia. En la muleta protagonizó una de esas faenas que no se miden en trofeos, sino en verdad: sacó agua de pozo seco a base de voluntad, pundonor y honradez torera. Hubo muletazos de gran expresión artística, especialmente por el pitón bueno, construidos desde la firmeza y el compromiso. El acero, una vez más, le fue esquivo, pero tras tres avisos se llevó un enorme saludo desde el tercio, con el público puesto en pie reconociendo su entrega. En el cierre de plaza saludó con verónicas a favor del burel, pero en la pañosa no logró acoplarse con un eral complicado, con demasiadas teclas para tocar y sin definición clara. El acero volvió a fallar y el silencio fue respetuoso, no indiferente.
Así transcurrió la tercera de Cali: una tarde de toros para el análisis, donde la bravura justa y la casta ausente marcaron el ritmo, y donde se impuso la verdad de quien quiso y supo ponerse delante. Sin estridencias, sin puertas grandes, pero con argumentos suficientes para recordar que la tauromaquia vive, sobre todo, en la honestidad del ruedo.







