Acho: Galdós y Adrián, la Consagración del Valor y el Temple

Acho: Galdós y Adrián, la Consagración del Valor y el Temple

27.10.2025  06:47 a.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

En una tarde cargada de emoción y entrega, Fernando Adrián y Joaquín Galdós escribieron una página de oro en la Feria del Señor de los Milagros. El madrileño, rotundo y heroico, cortó tres orejas y salió a hombros; el limeño, torero en plenitud, bordó el toreo clásico con dos faenas de hondura y temple. Entre ambos elevaron el nombre de Acho y del toreo mismo, en una corrida de nobleza medida y raza escasa de Montalvo, donde la entrega del gaditano David Galván también dejó huella de pundonor.

Arbeláez - Colombia. Acho amaneció con ese aire reverente que solo se respira los días grandes. Las banderas ondeaban bajo el cielo limeño y el tendido hervía en expectación: se anunciaba la segunda corrida de la Feria del Señor de los Milagros, y en los carteles brillaban dos nombres llamados a la gloria: Fernando Adrián y Joaquín Galdós. A su lado, el gaditano David Galván, torero de raza, dispuesto a dejar su verdad en la arena más antigua de América.

Los toros de Montalvo, bien presentados, pusieron la nobleza, aunque faltos de raza y empuje; la bravura, esa chispa que da vuelo a la faena, asomó a ratos y se apagó pronto. Pero cuando la materia prima escasea, es el torero quien debe crear, y fue precisamente eso lo que ocurrió: dos hombres que no esperaron milagros, sino que los provocaron.

El madrileño Fernando Adrián, que confirmaba alternativa en Acho, abrió la tarde con una actuación que tuvo la solidez de quien pisa el ruedo con fe en sí mismo. El primero de su lote, noble, pero sin entrega, encontró en Adrián un lidiador de mente clara y muñeca templada. Toreó con inteligencia, sin forzar, construyendo una faena de ritmo ascendente, hondura y trazo largo. Las bernardinas finales, ajustadas y serenas, fueron el prólogo de una estocada de manual. La oreja fue unánime, pero el público pidió con fuerza la segunda, que la presidencia, inflexible, negó. No importó: el torero ya había conquistado el alma del público limeño.

El quinto toro, un ejemplar que fue apagándose conforme avanzaba la faena, se encontró con un Adrián encendido, decidido a escribir su consagración. Sin tiempos muertos, sin tregua, se metió entre los pitones y convirtió la mansedumbre del animal en puro arte de entrega. Toreó al filo del abismo, sin un enganchón, con el mando de quien gobierna no solo la embestida, sino el destino mismo de la tarde. La plaza se puso en pie. La espada, certera y recia, cayó en todo lo alto. Dos orejas que abrieron la puerta grande de Acho para un torero en plenitud.

Y si Adrián puso la bravura, Joaquín Galdós encarnó la elegancia, la torería serena del que conoce el pulso de su tierra y de su público. En el tercero, un toro con nobleza, pero sin clase, el limeño estructuró una faena que fue lección de lidia. Toreó en redondo, con profundidad, sometiendo por bajo, hilando cada muletazo con precisión quirúrgica. Cada serie fue más intensa que la anterior, cada pase, una firma de su madurez. La espada viajó recta, el toro rodó sin puntilla. Una oreja de peso y una fuerte petición de la segunda rubricaron su triunfo.

El sexto no ofreció entrega, pero Galdós lo exprimió con temple y capacidad. Por el derecho firmó tandas largas y compactas, de mano baja y trazo firme, en una labor de mando y cabeza fría. Cuando otros habrían desistido, él insistió, tirando del toro con pulso de seda, hasta construir una faena de mérito y verdad. Mató con decisión y paseó una nueva oreja, cerrando su tarde como torero de raza, madurez y proyección universal.

El infortunio se cebó con David Galván, que vio cómo el destino le cobraba su entrega. Su primer toro, apagado y deslucido, no le permitió lucimiento; sin embargo, con el cuarto se creció en la adversidad. Le plantó cara a un animal que se quedaba corto y sin empuje, y a base de firmeza y temple logró robarle muletazos de gran ajuste. Se tiró a matar por derecho, fue prendido en el muslo derecho y llevado a la enfermería entre una ovación sincera. El valor, en Acho, nunca pasa inadvertido.

Así, entre el valor herido de Galván, la plenitud de Galdós y la rotundidad de Adrián, la plaza de Acho vivió una tarde de emoción y torería que quedará en la memoria colectiva de la afición. Una corrida donde la nobleza justa de los toros de Montalvo fue suplida por la voluntad, la técnica y la entrega de tres hombres que honraron el oficio más antiguo del mundo.

Cuando el sol se hundía sobre Lima y los clarines callaban, Fernando Adrián salió a hombros por la puerta grande, entre vítores y pañuelos blancos. A su lado, Joaquín Galdós saludaba al cielo de su tierra, sabedor de que había toreado con alma. Y así, en la plaza más legendaria de América, se selló una jornada que reafirma que el toreo, cuando se hace con verdad, sigue siendo arte, valor y sentimiento.

  

 

Contacto

En el Callejón
Finca Buenos Aires
Vereda San Miguel Bajo
Arbeláez - Colombia

(057) 311 5129275

© 2025 Todos los derechos reservados.