Acho: La Apuesta Roca Rey, Solo Ante el Destino

Acho: La Apuesta Roca Rey, Solo Ante el Destino

03.11.2025  07:46 a.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

En una tarde histórica en el bicentenario coso de Acho, Andrés Roca Rey celebró sus diez años de alternativa encerrándose con seis toros de Domingo Hernández, Núñez del Cuvillo y Paiján. Con tres orejas, técnica magistral y un dominio absoluto del ruedo, el limeño renovó su trono como figura mundial del toreo. Fue más que un triunfo: fue una gesta de verdad, poder y comunión con su tierra.

Arbeláez - Colombia. La tarde en que Andrés Roca Rey decidió encerrarse con seis toros en el bicentenario coso de Acho no fue una más en el calendario taurino: fue una declaración de principios, una reafirmación de estirpe y jerarquía. El torero limeño, que hace una década tomó la alternativa para convertir su nombre en sinónimo de poder y temple, regresó al ruedo que lo vio nacer para rendir homenaje a su historia y al pueblo que lo hizo figura. Una tarde que olía a rito, a compromiso y a verdad.

El ambiente no podía ser otro: el “no hay billetes” colgado en las taquillas días antes anunciaba el fervor. La ciudad entera parecía latir al compás de los clarines. Lima se vestía de luces para su hijo más universal, y el viejo coliseo de Acho, testigo de dos siglos de historia taurina, se convertía en escenario de una cita con el destino. Seis toros, tres hierros, un torero. No hay lugar para el pretexto ni para la duda cuando la grandeza llama.

EL PRIMERO: EL ARTE SIN ECO

De Domingo Hernández salió el primero, abanto, de temperamento distraído y poco motor. Roca Rey lo recibió con verónicas a pies juntos, templadas y mandonas, rematadas con una revolera de cartel. El toro humilló tanto que rodó dos veces por el albero, y en esos giros se dejó parte de la fuerza. Lo cuidó el peruano en los primeros compases, siempre a media altura, con la muleta templada, buscando el trazo largo y el ritmo lento. Pero la emoción no prendió en los tendidos: la faena fue elegante, medida y de técnica impecable, aunque el toro se apagó antes de tiempo. Mató de estocada entera y en buen sitio. Silencio. La tarde abría con prudencia, sin brillo, pero con el compromiso intacto.

EL SEGUNDO: LA LIGAZÓN DEL PODER

El Cuvillo que hizo segundo cambió el tono de la corrida. Salió suelto, sin celo, y Roca Rey lo fijó en los medios con autoridad, toreando a la verónica con temple y una seguridad que mandó un mensaje claro al público: había rey en su reino. El quite por caleserinas, ajustado y estético, incendió los tendidos. Brindó la emoción desde el inicio, arrodillado en los medios, hilvanando cambiados por la espalda, pases de pecho y cambios de mano que hicieron rugir al coso. El toro tuvo clase y recorrido; el limeño lo exprimió por ambos pitones con ritmo y dominio. Las series por el derecho, hondas y ligadas, fueron de compás grande. Las bernadinas finales, de vértigo, pusieron el broche antes de la estocada caída y dos descabellos. Oreja de ley. La tarde comenzaba a tener nombre propio.

EL TERCERO: TÉCNICA Y RESISTENCIA

De Paiján fue el tercero, un toro con teclas y complicaciones. Roca Rey, consciente de su condición, lo toreó con suavidad y temple, cuidando las embestidas en los medios. Pero la faena se vio ensombrecida por el percance del banderillero Nilton Canales “Cebolla”, alcanzado al intentar saltar al callejón. La plaza se heló por un momento. El toro, reservón y con querencia a tablas, no ofreció opciones. El limeño tiró de técnica, de cabeza fría y conocimiento, intentando sacar muletazos limpios donde solo había dificultad. Pinchazo y estocada entera. Silencio. El gesto de profesionalidad pesó más que la ovación. En tardes así, el valor no siempre se mide por los aplausos.

EL CUARTO: LA COMUNIÓN CON EL ARTE

El cuarto, de Núñez del Cuvillo, cambió el aire. Desde la larga cambiada de rodillas, Roca Rey encendió el clamor. Quita por gaoneras con aroma antiguo, y el tendido, de pie, reconoció el pulso de un torero en estado de gracia. Brindó la faena a su maestro, Luis Miguel Rubio, y comenzó el trasteo con doblones poderosos, sacando al toro a los medios, sometiéndolo con firmeza. El toro, exigente, no regalaba nada, pero el peruano le arrancó muletazos largos, hondos, de muleta mandona, por ambos pitones. Hubo un momento en que la plaza enmudeció: el torero, pegado al pitón, ejecutó una serie al compás de una marinera imaginaria. La emoción, densa, flotaba. Estocada algo trasera, el toro tarda en caer. Una oreja con fuerte petición de la segunda. El público ya sabía que estaba viendo historia.

EL QUINTO: EL TOREO EN FAMILIA

Brindó este a su hermano Fernando. Y fue, quizá, la faena más redonda de la tarde. El toro, de escaso celo, se fue viniendo arriba ante el poder de Roca Rey, que lo recibió con serenidad, citando de rodillas, sacándolo de las tablas con derechazos largos y templados. Las series por el derecho fueron de cante grande, con la muleta por delante, el cuerpo relajado y el alma mandando. Por el izquierdo, más corto el viaje, pero más verdad aún. El arrimón final, entre pitones, fue de hombre que no teme a la sombra. Pinchazo arriba, estocada entera, oreja rotunda. Acho era ya una fiesta. El hijo predilecto de Lima confirmaba su reinado ante los suyos.

EL SEXTO BIS: LA ENTREGA TOTAL

La gesta tenía que cerrarse con épica. A portagayola se fue el torero para recibir al sexto de Domingo Hernández, que fue protestado y devuelto. Pidió otro toro, y otra vez se fue a la puerta de chiqueros. El sobrero, de Paiján, salió huidizo, con instinto defensivo. Pero Roca Rey, en una lección de torería, lo fijó con verónicas a pies juntos y un quite por chicuelinas de manos bajas que levantó olés de reconocimiento. Destacó el tercio de banderillas de Dennis Castillo, ovacionado por el público. El toro, sin embargo, buscó las tablas y allí quiso morir. Roca Rey lo intentó todo: dos tandas de derechazos plenos de entrega y pureza, pero la materia prima no daba para más. Mató de estocada entera y precisó dos descabellos. Silencio. El cierre fue sobrio, de torero que no necesita triunfos fáciles para salir por la puerta grande de la historia.

LA ETERNIDAD EN HOMBROS

Al caer la tarde, con el cielo limeño pintado de oro y ceniza, Roca Rey fue sacado a hombros entre una multitud emocionada. Tres orejas, sí; pero mucho más que eso. Fue la victoria de la fe, de la entrega, de la conexión entre un torero y su pueblo. Diez años después de su alternativa, Roca Rey demostró que el toreo no es un oficio, sino una forma de vivir la verdad ante la muerte.

Acho, que ha visto pasar a los grandes desde el siglo XVIII, volvió a latir como en sus tardes de gloria. Y en ese pulso eterno entre el toro y el hombre, entre la sangre y el arte, un nombre quedó escrito con letras de fuego: Andrés Roca Rey, el emperador del toreo moderno.

  

 

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