25.08.2025 10:35 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
En la Goyesca de Antequera, Emilio de Justo y Marco Pérez se repartieron cinco orejas en una tarde marcada por la profundidad y la exquisitez del extremeño y la frescura arrolladora del salmantino. Curro Díaz, con el toreo en la yema de los dedos, volvió a estrellarse con la espada y perdió un triunfo cantado.
Arbeláez - Colombia. La tarde en Antequera tuvo ese aire de expectación que solo se respira en las grandes citas. El marco incomparable de la Goyesca, con el sabor estético que envuelve la plaza y el ambiente de feria, fue el escenario perfecto para una corrida donde se dieron cita tres formas distintas de interpretar el toreo. Una terna que conjugaba la elegancia de la madurez, la plenitud de la maestría y la frescura de quien comienza a escribir su propia historia en los ruedos.
EL CLASICISMO FRENTE A LA JUVENTUD
La plaza de toros de Antequera acogió su segunda corrida de abono con un cartel de gran atractivo: la madurez templada de Curro Díaz, la maestría depurada de Emilio de Justo y la pujanza juvenil de Marco Pérez. Una terna que dibujaba, sobre el papel, el contraste perfecto entre la experiencia y la renovación. Y el festejo, finalmente, no defraudó: se vivió una tarde de toros con aroma a clasicismo, profundidad y frescura, donde el poso de los años y la savia nueva del toreo confluyeron en un resultado artístico de altos vuelos.
LA TORERÍA SIN ESPADA DE CURRO DÍAZ
El de Linares volvió a mostrar el sello personalísimo de su tauromaquia: ese trazo cadencioso, el temple y la elegancia natural que encandilan al buen aficionado. Con ambos toros, uno de Núñez del Cuvillo y otro de Manuel Blázquez, dejó muletazos de notable calidad, hilvanados con gusto y armonía. La plaza reconoció la hondura de su concepto, pero la cruz de la tarde volvió a ser la espada. Dos faenas bien cimentadas quedaron reducidas a ovaciones, porque el acero le negó la posibilidad de redondear un triunfo que tenía al alcance de la mano.
EMILIO DE JUSTO: EL RIGOR DE LA MAESTRÍA
El cacereño volvió a demostrar por qué hoy es considerado uno de los toreros más sólidos del escalafón. Su primer toro, noble pero algo justo de raza, encontró en él a un lidiador reposado y templado que supo llevarlo muy por bajo, con naturalidad y estructura. La oreja cortada fue el prólogo de lo que vendría después.
Con el quinto de Núñez del Cuvillo, un ejemplar de clase excelsa y embestida boyante, De Justo alcanzó cotas de maestría. Desde el saludo se mostró seguro, dominador, asentado en la arena con la firmeza del que gobierna el pulso del toro y la plaza. Toreó en redondo con cadencia y hondura, intercalando muletazos de una belleza descomunal que calaron hondo en los tendidos. La faena, de estructura impecable, fue rubricada con una estocada fulminante. El público, en pie, reclamó las dos orejas que le situaron como gran triunfador del festejo. La vuelta al ruedo solicitada para el toro completó la apoteosis.
MARCO PÉREZ: JUVENTUD CON FRESCURA Y POSO
El joven salmantino demostró que lo suyo no es una promesa, sino una realidad que ya empieza a consolidarse. En su primero, un Cuvillo de buen son, dejó ver inteligencia y temple, aunque la espada le privó de premio. Pero su ambición juvenil le llevó a no conformarse.
En el sexto, un toro con ritmo y calidad, Marco salió decidido a reclamar su sitio. Con la capa dibujó lances templados y con la muleta dejó una faena compacta, bien estructurada y de notable profundidad. Toreó asentado, con personalidad, sin dejarse amedrentar por la sombra de la gran faena de De Justo. El trasteo creció en intensidad, alcanzando pasajes de emoción sincera. Esta vez sí, la espada acompañó y el doble trofeo fue a sus manos, cerrando con rotundidad una tarde que lo sitúa, de nuevo, en la boca de todos los aficionados.
EL CARTEL COMO ESPEJO DEL TOREO ACTUAL
La corrida Goyesca de Antequera terminó con un balance de cinco orejas repartidas entre De Justo y Marco Pérez, mientras que la torería de Curro Díaz quedó, otra vez, huérfana de trofeos por la espada. Pero más allá de la estadística, el festejo fue un auténtico escaparate de lo que hoy representa el toreo: el poso y la maestría de un torero hecho, la frescura y ambición de una figura emergente, y la torería eterna de un clásico que se niega a rendirse.
Antequera vibró con un festejo que recordará la afición: por su estética, por su emoción y porque en él se palpó esa alquimia única que solo surge cuando confluyen arte, bravura y entrega.