03.06.2025 06:41 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
La plaza de toros de Aranjuez fue escenario de una tarde histórica que desbordó arte y verdad en su forma más pura. Morante, Manzanares y Ortega, en una terna de ensueño, sellaron con muletazos de eternidad una corrida inolvidable, donde el toreo clásico, templado y sincero fue el único lenguaje. Ocho orejas, un rabo y un toro de vuelta al ruedo fueron solo el eco numérico de un suceso artístico que sobrepasó lo estadístico.
Arbeláez - Colombia. Aranjuez, cuna del arte eterno, fue testigo este domingo de una de esas tardes que se escriben en los márgenes invisibles de la historia taurina. Lo que se presentaba como un cartel rematado al punto de parecer hermético a la sorpresa, acabó siendo una sinfonía de toreo eterno, orquestada por tres nombres que hoy ya no solo significan promesa o expectativa, sino legado: Morante de la Puebla, José María Manzanares y Juan Ortega.
La terna, en su forma más equilibrada y pura, se manifestó con una intensidad que desarmó el escepticismo. Porque, aunque todo indicaba que el cartel se bastaba a sí mismo para justificar la tarde, fue el desarrollo del festejo lo que desbordó cualquier previsión. La corrida de Núñez del Cuvillo, justa de presentación, especialmente en sus primeros turnos, elevó el vuelo en sus dos últimos capítulos, donde la bravura y el carácter del toro fueron el mejor espejo del arte de los hombres.
Morante de la Puebla, con el alma a flor de piel y la montera bien colocada sobre las sienes, bordó el toreo a fuego lento. Su faena al primero, de pinceladas sueltas y sabor antiguo, fue el primer destello. Pero fue en su segundo turno donde hilvanó una obra de orfebrería, tejida con muletazos que parecían fundirse en el oro de su taleguilla. La estética morantista, con aroma de otros siglos, volvió a imponer la tesis de que el toreo es, antes que nada, creación.
José María Manzanares, por su parte, encarnó la figura del lidiador templado, del que sabe leer al toro como quien descifra un poema. Su primero fue de trámite, sí, pero en el quinto se reencontró con la cadencia y el gusto, entregando una faena plena de armonía, en la que cada pase al natural parecía una nota musical suspendida en el aire. La plaza, casi llena y entregada, reconoció en él al torero que nunca traiciona la forma.
Y Juan Ortega... Ortega fue sencillamente otro. Otro de otra época, otro planeta. En el sexto, ese que sacó la casta y embistió con codicia de toro bueno, Ortega no toreó: ralentizó el tiempo. Fue una faena que no se puede contar porque no está hecha para el lenguaje. El toreo al ralentí, cosido con la música que brotaba del alma y no de la banda, fue una declaración de principios, una defensa absoluta del clasicismo sin aditivos. El rabo fue la consecuencia, no el objetivo.
Ya antes había dejado pasajes de improvisación y naturalidad tan hermosos como inesperados. Porque Ortega, cuando se abandona, es el torero que mejor define el arte como entrega. Es la conjunción perfecta de verdad, fragilidad y hondura. Y esa mezcla, cuando se da frente a un toro encastado, no tiene rival.
La terna completa, por su parte, se abrazó en el patio de cuadrillas sabiendo que habían dejado una de esas tardes que serán citadas en crónicas futuras como referencia de lo que debe ser una corrida: arte, respeto, emoción y pureza.
La plaza del Real Sitio y Villa de Aranjuez, que ha visto siglos pasar desde su inauguración en 1797, pareció rejuvenecer. Fue un templo en el que el toreo fue religión, donde los fieles no aplaudieron, sino que oraron con el alma al presenciar la manifestación de lo sublime.
Ocho orejas, un rabo, un toro de vuelta al ruedo. Cifras escandalosas que no cuentan todo, pero que sirven para encuadrar una tarde en la que la terna no fue suma, sino comunión. Porque el arte, cuando se expresa con verdad, no compite, sino que se multiplica.
Ficha del Festejo:
Domingo 01 de junio, 2025 - Plaza de toros del Real Sitio y Villa de Aranjuez - Toros de Núñez del Cuvillo - Justos de presentación: Destacaron el quinto y sexto por bravura. Morante de la Puebla (Verde botella y oro): Oreja y Dos orejas. José María Manzanares (Marino y oro): Oreja y Oreja. Juan Ortega (Verde esmeralda y oro): Oreja y Dos orejas y rabo.