14.09.2025 08:36 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Quince días después de un percance que pudo apartarlo de los ruedos, Juan de Castilla reapareció en Dax con una lección de torería: firme, entero y sin concesiones frente a un complicado lote de Margé. El colombiano dejó claro por qué hoy se le considera un profesional de hierro, capaz de convertir la adversidad en triunfo.
Ubaté - Colombia. En la tauromaquia hay gestas que trascienden lo meramente artístico y entran en el terreno de lo humano, de lo épico. Eso fue lo que protagonizó Juan de Castilla en las arenas de Dax apenas dos semanas después de que un toro de Bayona lo abriera en canal. Cualquier otro habría cedido al miedo, al dolor o al tiempo prudente de recuperación; el torero colombiano, en cambio, reapareció como si lo ocurrido hubiese sido una simple anécdota. Entero, firme, con la serenidad y el aplomo que solo poseen los auténticos profesionales.
Con un traje de sangre de toro y oro, Castilla se echó al ruedo ante un encierro de Robert Margé que no regaló nada: toros de serias arboladuras, agresivos de testa, pero con muy poca entrega en la muleta. El lote del colombiano no fue ni mucho menos el más favorable. Sin embargo, ahí radica la grandeza de su tarde: lejos de arredrarse, hizo gala de técnica, paciencia y saber estar, logrando momentos de verdadera conexión con los tendidos.
Su primero, un colorado ojo de perdiz de notable seriedad, ofreció un pitón derecho con calidad. Castilla supo medirlo, entenderlo y administrarlo. La faena, bien estructurada, ganó en hondura conforme avanzaba la lidia, hasta desembocar en unas manoletinas de rodillas que levantaron de sus asientos a los aficionados. La estocada, de libro, puso rúbrica a una obra compacta que le valió una oreja de peso. Fue la confirmación de que ni las cicatrices recientes, ni el recuerdo del percance, habían minado en absoluto su confianza.
En el quinto, un toro de cornamenta espectacular pero reservón y sin entrega, el colombiano volvió a dar una lección de profesionalidad. Nada le regalaba el animal, que medía y se venía al paso, negándose a humillar. Castilla, lejos de renunciar, trató de robarle muletazos con firmeza, por ambos pitones, en un ejercicio de esfuerzo y convicción. Mató con habilidad y el público, consciente de la dificultad de su labor, le premió con una clamorosa vuelta al ruedo.
Lo de Castilla no fue una reaparición al uso, sino una auténtica reivindicación. Porque más allá de los trofeos cortados, lo que se percibió en Dax fue la dimensión de un torero hecho y derecho, de un hombre con una fortaleza mental admirable y con un concepto de la profesión que honra al toreo. En un espectáculo donde Esaú Fernández firmó un trasteo templado al primero y se salvó de un serio percance en el cuarto, y donde Molina puso verdad y entrega ante un lote ingrato, fue el colombiano quien se erigió en figura central de la tarde.
En este regreso, Castilla dejó claro que su nombre no solo está asociado a la valentía, sino también a la inteligencia y al temple. Su paso por Dax quedará en la memoria como un recordatorio de lo que significa ser torero en toda su dimensión: jugarse la vida, superarse a sí mismo y salir al ruedo con el único objetivo de engrandecer la Fiesta.