De Reparto en la 1ª de Manizales: La Sinfonía de la Brega

De Reparto en la 1ª de Manizales: La Sinfonía de la Brega

11.10.2025  07:10 a.m.

Redacción: Andrey Gerardo Márquez Garzón

Una noche de entrega y profesionalismo vivieron los subalternos en la plaza, donde la brega fue el hilo conductor de una expresión colectiva llena de precisión y respeto al astado. La técnica y el corazón se fundieron en cada lance, dejando claro que la tauromaquia vive también en las manos que bregan.

Manizales - Colombia. La noche se abrió bajo un cielo generoso (brisa y goteo constante) y un ruedo que pedía verdad. Allí, donde el polvo imaginario y la pasión se confunden en la liturgia del toreo, los subalternos fueron protagonistas silenciosos de una jornada que quedará en la memoria por su brega impecable, su entrega sin alardes y su profesionalismo sin fisuras.

Antes de entrar en materia, conviene recordar que la labor de brega es ese arte discreto y esencial que permite al torero titular templar y educar al toro durante su lidia. Es la ciencia de llevarlo con suavidad, medir su embestida, corregir sus defectos y preparar su bravura para que el novillero pueda expresarse. Sin brega, no hay faena posible; sin ella, el arte taurino se desordena. Es el arte de entender al toro y hacerlo entender, el diálogo callado entre el subalterno y el rey de la fiesta.

Y fue precisamente esa labor, la brega, la que marcó el pulso de la tarde.

En el primer toro, José Calvo mostró por qué es considerado un profesional completo. Oportuno en cada quite, sereno en cada embroque, demostró oficio y sensibilidad para auxiliar en el arte de Marialba, que se apoyó en él como un director en su mejor concertino. Su temple y colocación fueron ejemplo de cómo el saber estar también puede ser arte.

El segundo turno trajo a Jhon Jairo Suaza, un subalterno de raza que cuajó una brega de notable calidad. Llevó al toro con mando y suavidad, domeñando con inteligencia los derrotes de salida. Los pares de banderillas fueron de Arley Gutiérrez, que clavó con alegría y ritmo, y de un alumno de la Escuela de Manizales, que supo interpretar la colocación con pureza y pundonor. Ambos, obligados a saludar con la montera en mano, recibieron el reconocimiento del público por su entrega.

En el tercero de la tarde, Héctor Fabio Giraldo dejó constancia de su temple y conocimiento en la brega, entendiendo perfectamente las querencias del astado. José Ortega ejecutó con verdad, aunque la suerte al martillar no le acompañó. Brian Valencia, en idéntico trance, dejó ver disposición y voluntad, pero el acero de los palos no halló la fortuna del ajuste. No obstante, su esfuerzo fue ovacionado por la afición que sabe ver más allá del resultado.

Llegado el cuarto toro, la faena se tornó en una clase de armonía y ejecución. Andrés Herrera, firme en la brega, condujo con suavidad y tino al burel. Luego Anthony Dicson, elegante y eficaz, puso un par de banderillas de manual, saliendo con aire torero y aplausos del respetable. A su lado, otro alumno manizalita brilló con otro par preciso y fino, demostrando que la cantera viene con fuerza. Las palmas resonaron como premio a la nueva savia que aprende del ejemplo y no del ego.

El quinto trajo a Iván Darío Giraldo, que se destacó con una brega de temple y entrega, atemperando la acometida de un novillo áspero. Le siguió otro buen par del alumno de la escuela manizalita, que volvió a mostrar decisión y valor. Arley Gutiérrez, con su particular estilo, ejecutó con elegancia, aunque la suerte le negó el acierto en la colocación: los garapullos quedaron sin los palos, pero no sin mérito. La ejecución fue limpia, sincera y torera.

Y en el sexto y último, Emerson Pineda (director de la escuela taurina de Manizales) redondeó la noche con una brega firme, técnica y entregada. Mantuvo siempre al eral en la jurisdicción, con toques medidos y mando sereno. Los pares de Brian Valencia y otro alumno de la escuela fueron una auténtica muestra de coordinación y pureza en la colocación. Hubo verdad en los embroques y emoción en las palmas.

Así se cerró una noche que, más allá de nombres y suerte, exaltó el oficio callado de los subalternos, esos hombres que en cada tarde sostienen el arte con las manos curtidas y el corazón entero. No hay oropel ni paseíllo de gloria que no se apoye en su sacrificio y saber. El público, reconocedor, se fue consciente de que lo que había presenciado no fue una sucesión de tercios, sino una auténtica sinfonía de brega, dirigida por hombres que entienden el toro, lo respetan y lo dignifican. Y así, en el eco de los aplausos, quedó grabado el mensaje eterno: el arte de torear empieza donde nace la brega.

  

 

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