15.12.2025 09:48 a.m.
Redacción: Santiago Gómez Baquero – www.voyalostoros.com – Web Aliada
En Une, Cundinamarca, la tarde del domingo 14 de diciembre fue también de los subalternos: hombres de plata que, con oficio, colegaje y respeto por la jerarquía, sostuvieron la lidia desde el callejón hasta la suerte suprema, dando siempre la cara por sus toreros y por el toro bravo.
Une – Colombia. La plaza de Une, Cundinamarca, fue ayer domingo 14 de diciembre escenario de una verdad que pocas veces ocupa titulares, pero que siempre sostiene la fiesta: la del trabajo silencioso, técnico y solidario de la familia de subalternos. Porque si el toreo se mide por el pulso del riesgo y la liturgia del rito, ayer quedó claro que sin cuadrillas comprometidas no hay lidia posible ni toro que se exprese en plenitud.
Desde el primer capotazo hasta el último quite de auxilio, se respiró colegaje. Un compañerismo auténtico, de miradas cómplices y voces oportunas, donde cada hombre supo su sitio en la plaza y su responsabilidad dentro del engranaje. Hubo respeto irrestricto por las jerarquías, disciplina en la colocación y una ética profesional que se impuso incluso cuando la eficacia no fue absoluta. Porque equivocarse es humano; rendirse, jamás. Y ayer nadie se escondió.
En el caballo, los picadores Juan García Garay y Reinario Bulla asumieron la suerte con conocimiento y temple. Midieron al toro, lo recibieron con pulso firme y supieron administrar el castigo para no quebrar la bravura ni ahogar la embestida. Hubo momentos de ajuste necesario, de rectificación sobre la marcha, pero siempre con la cara por delante y la intención clara de favorecer la lidia, entendiendo que el tercio de varas no es castigo ciego, sino examen y equilibrio.
En la brega, el trabajo fue de entrega constante. Iván Darío Giraldo destacó por su oficio antiguo, por saber andar la plaza y corregir terrenos con inteligencia. Andrés Herrera aportó solvencia y claridad en los auxilios, siempre atento al cite y al embroque, sosteniendo la faena desde lo invisible. José Calvo, firme y decidido, se mostró dispuesto a asumir el compromiso en los momentos de mayor apuro, cuando el toro exigía mando y cabeza fría.
Las banderillas fueron un capítulo de valor y voluntad. Antony Dickson se dejó ver con decisión, buscando la reunión y afrontando el viaje del toro con determinación. Jhon Jairo Suaza, con temple y conocimiento, supo medir distancias y aportar con colocación y sentido del momento. Brian Valencia cerró filas con entrega, entendiendo que cada par, aun sin ser perfecto, suma cuando se ejecuta con verdad y responsabilidad.
No todo fue redondo, y eso también honra la tarde. Hubo fallos, ajustes, segundos intentos. Pero jamás faltó el respaldo al compañero ni la voz que orienta desde el callejón, ni el quite oportuno que salva una situación comprometida. Esa es la esencia del subalterno: estar, sostener, responder. Dar la cara por el torero y, por encima de todo, respetar al rey de la fiesta, el toro bravo, al que se le habló de frente y se le trató con la dignidad que merece.
Lo de ayer en Une no fue solo una suma de nombres, sino un conjunto que funcionó como familia. Una cuadrilla entendida como unidad de trabajo, donde cada labor, por pequeña que parezca, construye la faena y sostiene la emoción del público. En tiempos donde se exige espectáculo inmediato, estas tardes recuerdan que la tauromaquia se edifica con paciencia, técnica y valores.
Une fue testigo de una lección de profesionalismo. Los de plata honraron su oficio, defendieron la liturgia y dejaron claro que la grandeza de la fiesta también se escribe desde la arena, con sudor, respeto y lealtad. Porque cuando las cuadrillas están a la altura, el toreo camina derecho y la verdad se impone.
