04.10.2025 05:23 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
El torero extremeño Emilio de Justo sufre fracturas y fisuras en cuatro costillas tras su heroica actuación en Las Ventas, que le obligan a cerrar su temporada europea 2025. Pese al dolor insoportable, volvió al ruedo para rubricar una de las gestas más memorables de su carrera, abriendo por quinta vez la Puerta Grande antes de iniciar su recuperación con la mirada puesta en su regreso en Tlaxcala (México).
Arbeláez - Colombia. Madrid volvió a vibrar con el eco del valor. En una tarde donde la entrega superó al dolor, Emilio de Justo demostró que el verdadero toreo no se mide solo por los trofeos, sino por la capacidad de sobreponerse al sufrimiento y mantener el temple en medio de la adversidad. La cogida sufrida en el primer toro de Victoriano del Río pudo haber sido el final de una tarde trágica, pero el extremeño, herido y con el aire contado, eligió la senda más difícil: volver al ruedo. Ese gesto, tan antiguo como la propia tauromaquia, convirtió la faena en epopeya y al torero en leyenda viva del compromiso, la verdad y la torería.
LA GESTA Y EL PRECIO DEL HEROÍSMO
Madrid fue testigo de una de esas tardes que quedan grabadas en la memoria colectiva del toreo. Emilio de Justo, el diestro de Torrejoncillo, vivió en Las Ventas una epopeya que funde en un mismo acto el dolor físico, el pundonor profesional y la entrega sin reservas a la verdad del toro. La cogida sufrida en el primero de la tarde, un toro exigente de Victoriano del Río, le dejó malherido, con el aire entrecortado y una expresión que delataba el castigo interior. Los médicos de la plaza le aconsejaron no volver a salir. Pero el alma de un torero no se rige por dictámenes médicos, sino por una voz interior más antigua y profunda: la del compromiso con la afición y consigo mismo.
Contra todo pronóstico, Emilio regresó a la arena. Con el cuerpo maltrecho y el rostro contraído por el dolor, estoqueó al sexto toro y rubricó una de las faenas más emocionantes de la temporada. La plaza, en pie, le rindió el reconocimiento que solo se otorga a los héroes verdaderos. Dos orejas y la Puerta Grande de Las Ventas por quinta vez en su carrera. Pero el precio de la gloria fue alto.
DIAGNÓSTICO: FRACTURAS, FISURAS Y UN TEMPLE INQUEBRANTABLE
Horas después del festejo, los estudios radiológicos confirmaron el alcance de la lesión: fracturas de la sexta y séptima costilla izquierda, una de ellas con leve desplazamiento, y fisuras en la octava y novena. Un cuadro doloroso y limitante que obliga a un reposo absoluto de varias semanas. Según el doctor Hevia, responsable de su atención médica, el torero “ha pasado una noche muy mala, incluso bajo el efecto de calmantes potentes”, y afronta un proceso de recuperación que demandará, en el mejor de los casos, un mes de paciencia, antiinflamatorios, relajantes musculares y fortaleza mental.
“Lo que tiene duele mucho, incluso estando quieto”, explicaba el facultativo, subrayando la magnitud de la gesta: “Torear así es inhumano. Le desaconsejamos salir al ruedo, pero lo hizo impulsado por su emoción y compromiso”.
EL CIERRE DE TEMPORADA Y EL HORIZONTE AMERICANO
Por prescripción médica, Emilio de Justo se ve obligado a poner punto final a su temporada europea 2025. Quedan así suspendidos los compromisos que tenía en el mes de octubre, entre ellos plazas de relevancia en la recta final del calendario. No obstante, el diestro ya ha puesto su mirada en el horizonte americano: su reaparición está prevista para el 1 de noviembre en Tlaxcala (México), donde espera iniciar una nueva etapa con el temple, la hondura y la madurez que lo caracterizan.
La decisión no ha sido fácil. Emilio se encontraba en un momento estelar de su carrera, con una campaña jalonada de triunfos y con la moral por las nubes tras consolidarse como uno de los grandes nombres del escalafón. Pero su filosofía de vida —esa que pone el respeto al toro por encima del éxito inmediato— lo ha llevado a aceptar el descanso como parte del camino. “La temporada se acaba, pero no el sueño”, habría comentado a su entorno más cercano, consciente de que las verdaderas batallas se libran en silencio.
LAS VENTAS: EL ESCENARIO DE LA VERDAD
El coso venteño fue, una vez más, el escenario donde se mide la grandeza del torero contemporáneo. Allí, donde no hay espacio para la impostura, Emilio de Justo volvió a escribir con sangre, sudor y arte una página imborrable. La faena al sexto de Victoriano del Río quedará para los anales: toreo de trazo largo, hondura extrema y una quietud casi mística, en contraste con el temblor interno de las costillas rotas.
Cada muletazo fue una declaración de principios. Toreó desde el alma, con un valor seco, sereno, que enmudeció la plaza. Cuando la espada entró y el toro rodó redondo, el tendido se convirtió en un clamor. El torero, apenas sostenido por su cuadrilla, cruzó la puerta grande como quien atraviesa un umbral de dolor y gloria.
UN EJEMPLO DE ENTREGA Y TORERÍA
La historia reciente del toreo cuenta con gestas heroicas: desde los muletazos de Belmonte con fiebre hasta las tardes de José Tomás toreando herido. Pero lo de Emilio de Justo en Las Ventas tiene una pureza particular, un aire de verdad que recuerda por qué el toreo es más que un espectáculo: es una manera de entender la vida.
Su estado de salud, aunque delicado, no ha minado su espíritu. Cercanos al diestro aseguran que mantiene el optimismo intacto y ya piensa en su regreso a los ruedos. “Esta profesión es de entrega y superación. Volveré con más fuerza”, habría dicho el torero extremeño desde su habitación del Hospital de La Fraternidad.
EPÍLOGO: EL VALOR QUE TRASCIENDE EL DOLOR
El toreo no se mide en trofeos, sino en gestos. Y el gesto de Emilio de Justo, volviendo al ruedo con el costillar fracturado para brindar su verdad ante Madrid, lo sitúa en el altar de los toreros de raza. Su temporada se interrumpe, sí, pero su nombre queda grabado a fuego en la historia reciente de la tauromaquia.
En un mundo que a veces confunde el sacrificio con la temeridad, Emilio ha recordado a todos que la torería no es solo enfrentarse al toro, sino sobreponerse a uno mismo. Y esa, quizá, sea la más grande de todas las faenas.