27.07.2025 02:31 p.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
La Feria de Santiago 2025 en Santander fue una exaltación de la tauromaquia auténtica. Toreros que se crecieron ante la dificultad, ganaderías con matices y exigencias, y cuadrillas que dibujaron faenas silenciosas pero fundamentales, hilvanaron un ciclo vibrante. Desde la emotividad de Castaño hasta la técnica de El Cid, el clasicismo de Ortega, el ímpetu de Roca Rey y el arte de Ventura, la feria ofreció una narrativa rica en entrega, lirismo y verdad torera.
Arbeláez - Colombia. La Feria de Santiago en Santander volvió a demostrar que cuando hay “querer”, el toreo se transforma en una liturgia de entrega, emoción y técnica. El abono 2025 tuvo momentos de belleza sublime, otros de épica desgarradora, y varios instantes donde el temple, la inteligencia y el conocimiento se impusieron al toro y al viento. En esa mezcla de riesgo y poesía, la plaza de Cuatro Caminos volvió a latir como centro neurálgico de la tauromaquia del norte. El verdadero protagonista fue el querer torero, ese impulso inquebrantable que condujo desde la cornada superada por Damián Castaño hasta la veteranía impoluta de El Cid, pasando por el despliegue ecuestre de Ventura y las pinceladas puras de Marco Pérez. Un ciclo plural y equilibrado, donde la lidia volvió a ser arte y rito.
GANADERÍAS Y TOROS: MATICES DE BRAVURA Y EXIGENCIA
El encaste predominante fue el de Domingo Hernández, con toros de presentación contenida pero que exigieron mando y lucidez en las telas. Hubo ejemplares con clase y nobleza, pero también otros con más teclas que pulsar. El lote más destacado fue el que le correspondió a El Cid en la última de feria, dos toros con ritmo, largura y profundidad, que le permitieron al sevillano firmar pasajes de toreo largo y por abajo, especialmente sobre la mano izquierda.
La corrida de Los Espartales, para rejones, fue desigual en hechuras, pero cumplidora en ritmo, especialmente unos de sus ejemplares, que permitió a Guillermo Hermoso de Mendoza y Sergio Domínguez mostrar su destreza. El voluminoso toro que enfrentó Diego Ventura, sin embargo, presentó complicaciones de ritmo que el rejoneador resolvió con recursos técnicos y entrega absoluta, a pesar de una puerta grande esquiva por el fallo con el rejón de muerte.
La corrida de Marco Pérez también se apuntó como reveladora: animales manejables, con opciones, aunque con exigencias de colocación, que el joven supo interpretar con precocidad asombrosa.
TOREROS: DEL HEROÍSMO A LA DELICADEZA
- Damián Castaño, símbolo de pundonor
Pocas veces una cornada reciente se convierte en el preludio de una epopeya. Cuatro días después de ser herido de gravedad, Castaño reapareció para regalar una de las faenas más sentidas y emocionantes del ciclo. Su lidia fue un acto de fe. Toreó como si cada muletazo fuese el último, con ese temple herido que sólo da el sufrimiento auténtico. Hubo verdad, cicatriz, y una conexión directa con el tendido.
- Fernando Adrián, viento y verticalidad
El madrileño se enfrentó a una tarde marcada por el fuerte viento del norte. En condiciones técnicas muy adversas, Adrián construyó una faena sobre el eje de la verticalidad, el ajuste y el poderío. No hubo concesiones a la galería. Su toreo, centrado y rotundo, se sobrepuso a las ráfagas con aplomo y carácter, logrando muletazos de gran profundidad pese a las condiciones climáticas.
- Juan Ortega, el arte de lo medido
Ortega dejó en Santander “un buchito de toreo”. Faena breve pero intensísima, tejida con naturales de seda, cargados de compás, gusto y clasicismo. Enfrentó un toro que no regalaba nada, que exigía tacto en cada embroque. El sevillano ofreció una lección de pulso, dejando constancia de que el toreo lento, de perfil y sentimiento aún puede emocionar con tan solo una tanda.
- Marco Pérez, juventud con mariseca
El jovencísimo torero salmantino hizo honor al cartel y se erigió como gran revelación. Mostró una sorprendente madurez para su edad, tanto con el capote como con la muleta. Su faena se construyó desde el asentamiento, con mando y cadencia. Aunque los astados no fueron de triunfo fácil, Marco se impuso con frescura y técnica, saliendo a hombros con la mariseca figurada del futuro.
- El Cid, una última lección
La tarde final de feria le perteneció. Toreó con el aplomo de los sabios y la profundidad de los que ya no tienen que demostrar nada. Se impuso con mando sereno, sin afectación. Su lote, el mejor de la feria, lo entendió con la solvencia que solo da la experiencia. Hubo naturales larguísimos, cite en corto y ligazón maciza. Santander lo despidió con ovación cerrada, reconociendo la vigencia de un torero eterno.
- Roca Rey, entrega sin reservas
El limeño afrontó una tarde cuesta arriba, con un lote deslucido. Sin embargo, su predisposición, su entrega y su capacidad de arrimarse le permitieron arrancar una oreja y mantener su estatus. No se dejó nada guardado: pisó terrenos de máxima exposición, aguantó miradas inciertas del toro y puso la raza en cada pase. Su faena fue más de emoción que de estética, pero no menos intensa.
SUBALTERNOS: PRECISIÓN, TEMPLE Y SOLVENCIA
Un capítulo aparte merece el desempeño de las cuadrillas. Peones como Iván García, José Chacón y Vicente Osuna, entre otros, firmaron bregas limpias y eficaces en tardes donde el viento y las condiciones del toro ponían todo cuesta arriba. Las banderillas se ejecutaron con técnica depurada, y las lidias fueron inteligentes, permitiendo que los matadores pudieran hilvanar faenas más asentadas.
Especial mención merecen las cuadrillas de El Cid y Juan Ortega, por su compenetración y temple. También en el rejoneo, los auxiliadores a caballo mostraron dominio del terreno y colaboración precisa, facilitando que las suertes ecuestres se desarrollaran con ritmo.
LA CONCLUSIÓN: EL QUERER COMO EJE DEL TOREO
La Feria de Santander 2025 fue un canto al querer. A querer estar, a querer volver, a querer triunfar. A querer con el cuerpo roto, como Damián. A querer sin trampa, como Ortega. A querer con toda el alma, como El Cid. A querer ganar tiempo al tiempo, como Marco Pérez. A querer arriesgar todo, como Roca Rey. Y a querer emocionar sobre un caballo, como Ventura.
Fue una feria que reivindicó el valor humano del toreo, el esfuerzo silencioso del subalterno, la importancia de la lidia bien estructurada y el poder del arte puro. Santander dejó claro que el toreo sigue vivo, siempre que haya alguien que lo quiera de verdad.