04.08.2025 11:35 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Antonio Ferrera protagonizó en el Coliseo Balear una tarde para la historia, rubricada con una faena de gran entrega y sentimiento que le valió el corte de dos orejas y rabo de manera unánime. Pese a perder trofeos en su primer turno por fallar con la espada, el maestro extremeño se marchó en hombros tras una demostración de arte y verdad.
Arbeláez - Colombia. La tarde en el Coliseo Balear estuvo marcada por la expectación y el fervor de una afición que llenó los tendidos con el anhelo de presenciar una gesta memorable. Desde el paseíllo, se respiraba un ambiente de solemnidad y emoción, propio de las grandes citas taurinas, en el que cada mirada estaba puesta en Antonio Ferrera, llamado a protagonizar una de esas faenas que se recuerdan por generaciones.
LA MAGIA DEL TOREO SE APODERÓ DEL COLISEO BALEAR
La Plaza de Toros de Palma de Mallorca vivió este fin de semana una de esas tardes que quedan grabadas en la memoria colectiva de la afición. El protagonista indiscutible fue Antonio Ferrera, quien, con su peculiar estilo, volvió a demostrar que el toreo es un arte que trasciende la mera técnica para convertirse en un acto de comunicación emocional entre el torero y los tendidos.
Ferrera se plantó en el ruedo con la serenidad de quien conoce su oficio hasta la médula, pero con la pasión intacta del que cada tarde vuelve a jugarse la vida como si fuese la primera. El público mallorquín, exigente y conocedor, respondió con entusiasmo desde los primeros compases de la tarde, anticipando que lo que estaba por presenciar iba a marcar un hito en el Coliseo Balear.
LA FAENA AL QUINTO: SENTIMIENTO, VERDAD Y ENTREGA
Fue con el quinto de la tarde cuando Ferrera alcanzó la cúspide de la emoción taurina. El toro, de nobleza encastada, permitió al maestro extremeño desplegar todo su repertorio, hilando tandas de muletazos de hondura, cadencia y temple que calaron hondo en los tendidos.
El toreo se hizo poesía en cada pase, con la muleta acariciando el aire y conduciendo la embestida con suavidad y firmeza. Hubo naturales largos, cargados de verdad, y derechazos que hicieron vibrar al público, que respondió con ovaciones cerradas. La faena se impregnó de ese aroma único que solo los grandes saben conjugar: el equilibrio entre el poder y la dulzura, la técnica y el sentimiento.
La estocada, ejecutada con limpieza y determinación, puso el broche de oro a una obra redonda. La petición de trofeos fue unánime, y el palco, sensible al clamor popular, concedió a Ferrera las dos orejas y el rabo, máximos trofeos que confirmaron el triunfo rotundo de la tarde.
EL CONTRASTE DEL SEGUNDO: GRANDEZA SIN PREMIO
Sin embargo, no todo fue dicho en la jornada. Ante el segundo de la tarde, un toro serio de Partido de Resina, Ferrera realizó una labor profunda, plena de entrega y de verdad, que mantuvo en vilo a los espectadores. La faena, marcada por la sinceridad de su toreo y el compromiso con la pureza, apuntaba a trofeos mayores, pero la espada se interpuso en el destino del maestro.
El fallo con la tizona enfrió las ilusiones de la plaza, que premió la entrega con un respetuoso silencio, consciente del esfuerzo y la categoría de lo vivido. Fue un recordatorio de que en el toreo, como en la vida, la perfección es un horizonte al que solo se llega sorteando la incertidumbre y el riesgo.
UNA LECCIÓN DE TAUROMAQUIA
La tarde de Ferrera en Palma no fue solo una suma de lances y trofeos: fue una lección de tauromaquia. Su capacidad para conectar con el público, para transmitir la emoción de cada pase y para elevar la lidia a la categoría de arte, confirmaron por qué su nombre está inscrito entre las grandes figuras del toreo contemporáneo.
El Coliseo Balear despidió al diestro extremeño con una ovación que fue mucho más que un reconocimiento: fue un homenaje a la maestría, al valor y a la pasión con los que Ferrera honra cada tarde la historia del toreo.
