17.09.2025 05:54 a.m.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez – Foto: Lu Llanos
En la corrida del 64 aniversario de la Plaza de Toros “La Luz” de León, el matador Antonio Ferrera sufrió la temida rotura del tendón de Aquiles durante el tercio de banderillas. Lo que en un principio parecía la apertura de la cornada sufrida en Bayona se convirtió en un percance mayor, obligando al diestro extremeño a ser trasladado al hospital para someterse a pruebas. Su entrega en la arena reafirma, una vez más, su condición de torero íntegro y de voluntad indomable.
Lenguazaque - Colombia. La épica del toreo vuelve a escribirse con dolor y coraje. En la tarde del 16 de septiembre, cuando la Plaza de Toros “La Luz” de León celebraba su 64 aniversario, Antonio Ferrera volvió a encarnar la dureza y el sacrificio que exige esta profesión. Durante el tercio de banderillas, y en pleno ímpetu por mantener la verdad de su lidia, el torero extremeño se resintió de la herida sufrida semanas atrás en Bayona. Lo que parecía, a simple vista, la reapertura de aquella cornada, se transformó en un desenlace más amargo: la sospecha de una rotura del tendón de Aquiles, una de las lesiones más temidas en el toreo por su gravedad y larga recuperación.
El público leonés, que llenó tres cuartos de entrada en el coso “La Luz”, fue testigo de un esfuerzo titánico. Ferrera, pese al dolor, sostuvo su compromiso en la arena hasta culminar la lidia. La escena reflejó la grandeza del oficio: un hombre herido, sostenido únicamente por el temple y la voluntad, entregándose hasta el último aliento antes de ser trasladado al hospital. La corrida, que contó con toros de la ganadería de Santo Toribio, quedó marcada por la épica del gesto del extremeño.
Los primeros reportes médicos, ofrecidos por la cronista Lu Llanos, confirmaron lo peor: al torero se le practicará una resonancia magnética, pues refiere un “trueno” en la parte media de la pierna, compatible con la ruptura del tendón de Aquiles, además de un esguince de tobillo al haber pisado un hueco del ruedo. La expresión de Ferrera, testimonio del dolor sufrido, se une ahora a la incertidumbre de su futuro inmediato en los ruedos.
Más allá de la estadística del festejo, donde el rejoneador Tarik Othón logró una oreja y “El Zapata” cosechó silencio y trofeo, la tarde será recordada por la heroicidad de Ferrera, que no cedió ante la adversidad y brindó a los aficionados un ejemplo vivo de lo que significa ser torero: resistir, aunque la carne se quiebre, con el alma enhiesta.
En el ambiente taurino, la preocupación es profunda. El tendón de Aquiles, columna vertebral del movimiento y la verticalidad en la faena, es la herramienta invisible que sostiene cada cite, cada embroque, cada desplante. Romperlo es romper el andamiaje físico del torero, y su recuperación exige meses de paciencia y lucha. Pero si algo ha demostrado Ferrera a lo largo de su trayectoria es que la adversidad no lo doblega: ni las cornadas pasadas, ni las lesiones acumuladas, ni la dureza de las plazas. Su nombre se asocia a la constancia, a la entrega y a la fidelidad al arte de torear.
La historia de esta tarde en León no se escribirá en los números de orejas y avisos, sino en la memoria de quienes presenciaron cómo un torero, herido en cuerpo, se elevó en espíritu para recordar que la tauromaquia es, en esencia, un canto a la vida en lucha contra la muerte. Antonio Ferrera, desde la camilla de hospital a la espera de un parte médico definitivo, sigue siendo el mismo: un gladiador de luces, dispuesto a regresar al ruedo, porque en él encontró su verdad y en él quiere seguir dejándola.