19.08.2025 09:53 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Pepe Cáceres y Federico García Lorca, desde mundos distintos, compartieron la misma visión trágica y artística del toro: uno lo plasmó en la arena con el capote y la muleta, y el otro en versos eternos. Dos genios que se encontraron en la grandeza, la muerte y la inmortalidad.
Arbeláez - Colombia. La historia de la tauromaquia y la literatura universal se entrelaza en un punto inesperado: la figura monumental del maestro colombiano José Eslava “Pepe Cáceres” y la voz inmortal del poeta granadino Federico García Lorca. Ambos, separados por océanos y disciplinas, compartieron una pasión común: el toro bravo como símbolo de belleza, riesgo y eternidad. Uno escribió su obra con el capote y la muleta; el otro, con la pluma y la palabra. Ambos elevaron el toreo a categoría de arte universal y pagaron con su vida la cercanía con la muerte.
Pepe Cáceres, nacido en Honda, Tolima, en 1935, fue el torero colombiano más grande de todos los tiempos. Su nombre no solo figura en los carteles históricos de Bogotá, Cali, Medellín o Manizales, sino que se proyecta como referente de América en las plazas de Madrid, Sevilla y Pamplona. Hombre de temple sereno y ambición artística, supo convertir la embestida del toro en un lienzo donde la verónica adquiría aroma de eternidad y la estocada, dramatismo de epopeya. Su carrera estuvo marcada por la lucha constante contra la adversidad, la crítica y la propia muerte que le rondaba siempre al salir del patio de cuadrillas. Fue maestro, innovador, emblema de la torería colombiana y espejo en el que se miraron futuras generaciones.
Del otro lado, Federico García Lorca, nacido en Fuente Vaqueros en 1898, encontró en la tauromaquia un espejo de la tragedia griega. Poeta, dramaturgo y músico, comprendió que el toreo era más que un espectáculo: era un rito de vida y muerte, donde el hombre enfrentaba el misterio y el destino. En su célebre Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Lorca elevó a categoría universal el sacrificio del torero caído en la arena, fusionando la sangre con la metáfora, el silencio con la eternidad. Para Lorca, el toro no era enemigo ni bestia, sino fuerza cósmica con la que el hombre medía su grandeza y asumía su fragilidad.
Si Pepe Cáceres encarnó en carne y hueso ese diálogo con la muerte en cada faena, Lorca le dio voz poética, inmortalizando el momento en que el toro hiere y el hombre trasciende. Sus destinos se cruzan en el imaginario taurino: ambos se enfrentaron a la fatalidad con dignidad estética. Pepe murió en 1987, corneado en la plaza de Sogamoso, fiel a su leyenda de torero íntegro que jamás negoció con el miedo. Lorca cayó asesinado en 1936, víctima de la intolerancia, pero con la grandeza de haber convertido al toro y al torero en símbolos literarios de la cultura universal.
Hoy, cuando las nuevas generaciones buscan referentes auténticos, la vida y obra de Pepe Cáceres y Federico García Lorca nos recuerdan que el arte, ya sea en el ruedo o en la poesía, es un desafío a la muerte, un canto al valor y un tributo a la belleza. Ambos dejaron huella en el corazón de quienes reconocen que el hombre solo alcanza la inmortalidad cuando se atreve a enfrentar su destino, ya sea con el capote en la plaza o con la palabra en el papel.