JUAN BAUTISTA Y MANZANARES RIVALIZAN

05.04.2015  06:11

Redacción: Barquerito - Cronicatoro.com - Web Aliada

Triunfadores los dos en tarde de euforia final. Premio excesivo de un rabo del sexto para el torero alicantino. Buena corrida de Domingo Hernández. Lote exquisito para Finito

Arles - Francia. Un precioso primer toro negro. De predecibles embestidas y, como casi todos los de esa especie, de tanta fijeza como bondad. Como si no pesara. Parecía, por tanto, de cuerda y cordel. Antes de varas, pesó un poco y no dejó a Finito capear tan a desmayo como pretendía. Después de picas, se acoplaron las partes. Finito, con su sentido innato y estudiado de la caligrafía. Para, sin obligar, torear ahora con su peculiar desmayo impecable y no pocas sutilezas. Buen arranque de faena –Finito asido a la barrera, muletazos por alto a suerte cargada-y, luego capítulos algo repetidos, pero con la gloria del toreo a dos manos en los remates cambiados. No entró la espada ni Finito hizo por ello.

El segundo parecía calco del primero en hechuras. Juan Bautista salió por todas. Dos largas cambiadas en tablas –una de ida y otra de vuelta-, nueve lances limpios de saludo bien cobrados, dos revoleras, un galleo de frente por detrás para dejar al toro frente al caballo. Un farol tras una vara muy medida por Puchano. No tenía fuerzas el toro, que mugió sin dolerse y empezó a patinar más de la cuenta. El trato de Juan Bautista fue exquisito: distancia, pausas, suaves muletazos de abajo arriba, pulso benévolo. Hasta que el toro, de porcelana, se derrumbó.

Antes de soltarse el tercero, rompió una ovación redonda, que iba por los Manzanares todos, y el joven Josemari tuvo que salir a saludar hasta la segunda raya para agradecer. Ese tercero, castaño, el único cinqueño del envío, sacó fondo y aire muy distintos a cualquiera de los otros. Entre áspero y brusco, rebrincado y belicoso. Se levantó un poco de viento. Desarmado al lancear, Manzanares quiso luego, pero acelerado, abusando del toreo a la voz. Trasteo peleado. La música, rácana toda la tarde, se arrancó generosamente. Un aviso antes de cuadrar Manzanares. Y otro poco antes de que doblara el toro.

El cuarto, colorado ojo de perdiz, fue pronto y goloso. Solo que se le vino cruzado a Finito en un viaje a querencia. Una vez y solo una. Ricos galopes. Finito le bajó dulcemente las manos en lances que parecieron cobrados con las muñecas y no con los brazos ni las manos. De pronto estaba planeando el toro, que ya no dejó de hacerlo. Finito se encontró como en una fiesta campera. A su antojo, de salón. No tenía el toro misterio alguno. Finito le pegó muchos muletazos –no todos del mismo calado-, dibujó medio kikirikí más que singular y, cuando al toro se le acabó la gasolina, se le metió entre pitones y hasta apostó por el toreo cambiado en circular. Sopló algo de viento, hubo que cambiar terrenos. Se pasó de tiempo la faena. Dos avisos antes de entrar a matar Finito. Una estocada vertical.

Los dos últimos de corrida tuvieron en común varias cosas: la pinta –negros los dos-, el remate –la cara justita- y un extraño trotecito incesante. El quinto no paraba; el sexto fue en ese punto más formal, de viajes más cumplidos. De menos a más uno y otro. Juan Bautista, brillante con el capote –lances rodillas en tierra en el saludo-, se empeñó en someter al quinto, en corregir lo que empezó a ser un fastidioso son muy pegajoso y en dejarlo rendido sin remedio. Faena de torero largo, competente, inteligente y tenaz. De torero de recursos, y muchos. De improvisar sobre la marcha y de templarse las más veces, que no fue sencillo. La banda se arrancó casi al final con una melodía inquietante de Enzo Morricone. Juan Bautista recibió con la espada al toro en los medios. Un pinchazo arriba y una gran estocada. Dos orejas.

El sexto, premiado caprichosamente con la vuelta al ruedo, fue en los dos primeros tercios y en el principio de faena como el galgo de Tembleque: gazaponcito, trotón, aire más de manso que de bravo. Se dolió en banderillas. Mugidor. Manzanares –lances despegadísimos en el recibo- buscó dar réplica a Juan Bautista. Lo hizo no por el palo de la técnica sino por el de la plástica –firmeza, verticalidad, incluso cierta rigidez, lacios brazos al torear con la diestra y en los remates cambiados- y por el de la intuición. El toro tenía una inercia que no tuvo el quinto, no fue ni la mitad de pegajoso y repitió dócil y humillado cuando Manzanares se acopló en esos muletazos rehilados tan suyos o propios que parecen circulares en tres o cuatro tiempos y a su manera hacen cuerpo de tanda.

Dejado a su aire, y a muleta puesta, el toro se puso casi de seda. La banda subrayó el hallazgo con el “Cielo Andaluz” de Marquina –dos vueltas al pasodoble, faena larga- y la música cumplió con su poder euforizante. El final de trabajo fue enojoso, Manzanares estuvo a punto de ser atropellado dos veces, el ritmo tan vivo de antes se difuminó. Manzanares citó a recibir pegado a tablas desde diez metros o más. En la reunión soltó el engaño, media estocada largatijera y muy tendida que bastó. Un delirio: el rabo y la vuelta para el toro. Dos ligerezas. El palco a favor de obra.

Ficha de la Corrida

Arles (Francia), 4 abr. 3ª de Pascua. Nubes y claros, variable, algo de viento. Casi lleno. Seis toros de Domingo Hernández, de hechuras varias. Primero y cuarto, de gran nobleza. Frágil el segundo; brusco el tercero. Trotón y pegajoso el quinto. Andarín de partida, rompió en noble al descolgar el sexto, premiado con la vuelta al ruedo. Finito de Córdoba, silencio tras un aviso y silencio tras dos avisos. Juan Bautista, saludos y dos orejas tras un aviso. José María Manzanares, ovación tras dos avisos y dos orejas y rabo tras aviso.

  

 

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