11.09.2025 08:59 a.m.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez
Tras las dos cornadas sufridas en Bayona, el torero colombiano Juan de Castilla ha demostrado una recuperación ejemplar, marcada por la disciplina, el sacrificio y el poder del espíritu taurino. Apenas diez días después del percance, reaparece en las plazas de primera categoría de Dax y Madrid, con la herida aún abierta, pero con el corazón decidido a no dejar escapar estos compromisos de máxima responsabilidad.
Lenguazaque - Colombia. Los toreros poseen una condición distinta, casi sobrehumana, que los separa de cualquier otro oficio. Mientras en otros deportes una lesión aparta a los protagonistas de la competencia por semanas o meses, en el toreo la fortaleza espiritual y la disciplina convierten el dolor en una prueba más de grandeza. Juan de Castilla es hoy el más claro ejemplo de esa virtud.
El pasado 30 de agosto, en la plaza francesa de Bayona, el colombiano cayó herido de gravedad al recibir dos cornadas. La primera, de aproximadamente 25 centímetros, en la zona inguinal; la segunda, de unos 10 centímetros, en la región anal, la más preocupante por su proximidad a órganos vitales. Aun así, lejos de arredrarse, De Castilla remató su faena con la suerte suprema, paseó la oreja que había conquistado con sangre y valor, y solo entonces permitió que lo trasladaran a la enfermería y después al hospital para ser intervenido.
Ese gesto, rubricado en Bayona, no solo engrandece su figura, sino que explica la mentalidad de un torero que ha hecho de la disciplina y la fe en su profesión el motor de su vida. La recuperación, apenas diez días después, ha sido un proceso de entrega absoluta, de temple interior y de exigencia física que raya en lo heroico. Mientras la cornada aún supura y la herida sigue abierta, Juan de Castilla ya se ha probado en el campo bravo. En la ganadería de San Isidro, frente a dos vacas que le obligaron a perder pasos, encontró la respuesta que necesitaba: el cuerpo respondió, la mente resistió, y las sensaciones fueron lo suficientemente sólidas como para confirmar su regreso inmediato.
Este sábado, en la plaza de toros de Dax, hará de nuevo el paseíllo. Y apenas 24 horas después, se vestirá de luces en la plaza más exigente del mundo: Madrid. Dos escenarios de primera categoría, dos compromisos que cualquier torero sueña con alcanzar y que Juan de Castilla no está dispuesto a dejar escapar. Ni las cicatrices frescas ni el recuerdo de la cornada frenan la determinación de quien quiere escribir con letras doradas su nombre en la historia taurina.
“Estoy feliz de verme anunciado este sábado en Dax y el domingo, en Madrid”, declaró el torero antioqueño tras su tienta en San Isidro. Sus palabras destilan la mezcla de alivio, fe y ambición que caracterizan a los hombres que deciden jugarse la vida frente al toro. No hay espacio para la queja ni para la excusa: la disciplina personal y el respeto a la profesión lo han devuelto antes de tiempo a los ruedos, consciente de que cada tarde es una oportunidad irrepetible.
La reaparición de Juan de Castilla en estas dos plazas no es solo una noticia deportiva; es un testimonio de hasta dónde puede llegar la voluntad humana cuando está forjada en el crisol del sacrificio y la pasión. Bayona lo hirió, pero Dax y Madrid lo esperan para confirmarlo como uno de los nombres propios de la temporada.
Porque si algo ha quedado claro, es que Juan de Castilla no entiende de límites, y que su recuperación no ha sido otra cosa que una lección de disciplina, pundonor y entrega absoluta al arte de torear.
