14.07.2025 06:35 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
En una tarde de emoción desbordada y verdad torera, Juan de Castilla se alzó como emblema de raza, responsabilidad y decisión inquebrantable en la exigente corrida de José Escolar en Pamplona. Cortó una oreja del mejor toro y se jugó la vida con el peor. Su entrega total reivindicó el toreo puro y sin concesiones.
Arbeláez - Colombia. En Pamplona no se regala nada. Aquí no se permite la impostura ni el artificio. La Feria del Toro exige verdad, raza y una entrega sin fecha de caducidad. Y en esa plaza que pesa como un jurado implacable, Juan de Castilla volvió a gritar su nombre con letras de torero bueno, valiente y cabal, rubricando su sitio a golpe de verdad cruda y de una responsabilidad torera que no se improvisa.
La corrida de José Escolar regresó a los orígenes, como un manantial de casta brava que recordó por qué esta es la feria más exigente del mundo. Hubo emoción, peligro y toros con el tipo clásico de la casa: serios, ofensivos, mirones. Pero también hubo un torero que los esperó con la boca seca del valor y el alma empapada de responsabilidad.
Juan de Castilla llegaba tras ganarse, toro a toro, su repetición en San Fermín. Y lo hizo como lo hacen los toreros con hambre y pundonor: de rodillas, en los medios, ante un tercero que sacó clase y ritmo, pero que pedía orden, valor y mando. Ahí no hubo trampa ni cartón. El colombiano se echó la moneda al aire y toreó con largura, con esa despaciosidad difícil que distingue al que no pasa por aquí a figurar, sino a ganar su sitio palmo a palmo.
La faena fue creciendo desde lo técnico hacia lo emocional. Especialmente por el pitón izquierdo, Castilla logró muletazos de trazo largo, con temple, aprovechando el buen son del toro. Pero lo más impactante no vino con la muleta, sino al entrar a matar. Se tiró a ley, con la verdad de los elegidos, y el toro lo prendió feamente por la chaquetilla. En ese instante, Pamplona contuvo el aliento. El pitón buscó el pecho, pero milagrosamente no hirió. Juan se levantó y volvió a la cara. Porque cuando el valor es seco, no hay espacio para la duda. Una gran estocada puso la rúbrica y la plaza, volcada, pidió la oreja que fue concedida unánimemente.
Con ese trofeo, Juan salió a por todas ante el sexto, un toro de muy diferente condición: vareado, serio, pero sin entrega. Un manso de libro. No le regaló ni medio pase. El colombiano lo intentó todo, por ambos pitones, buscando huecos que no existían. Lo intentó sin medida, sin importarle la imposibilidad de lucimiento, porque el torero auténtico sabe que su obligación es estar. Y él estuvo. Con ética, con raza, con esa seriedad que sólo tienen los que entienden el toreo como una forma de vida y no de escaparate.
El epílogo fue una agonía. El toro echaba la cara arriba, sin humillar, sin morir. Todo el mundo en la plaza pensaba que no lo mataba nadie. Pero Castilla volvió a sacar su estirpe y, cuando todo apuntaba a los tres avisos, encontró la manera de hundir el acero. Pamplona reconoció su gesta con el silencio que pesa más que mil gritos: el silencio del respeto.
En esa misma tarde, Rafaelillo volvió a demostrar por qué es uno de los gladiadores más respetados del escalafón. Tocó pelo tras una tremenda cogida que heló la sangre de los tendidos. Volvió a la cara del toro con la cara partida, literalmente, por el orgullo de no dejar un toro vivo. La oreja fue de ley. Antes, había hecho lo que pudo con un primero sin opciones.
Y Fernando Robleño, en su adiós de Pamplona, dejó dos faenas de torero sabio. Especialmente su último toro, al que le robó naturales hondos, profundos, a pesar de que el acero lo traicionó. Se fue sin premio tangible, pero con el respeto de una afición que le ha visto crecer, resistir y honrar la profesión con la misma dignidad con la que se despidió.
Pero el nombre de la tarde fue Juan de Castilla, que hoy más que nunca es sinónimo de torería austera, de determinación sin medida, de valor seco, ese que no alardea, que no clama atención, pero que marca la diferencia entre los que sueñan con ser y los que ya son toreros de verdad.
Porque el colombiano no vino a mirar. Vino a quedarse. Y Pamplona, que no se casa con nadie, le abrió la puerta de la verdad: la de los toreros de raza.
Juan de Castilla se alista para el próximo viernes 18 de julio para actuar en Mont de Marsan en la feria de la Magdalena ante toros de José Escolar, allí estará acompañado de los Matadores españoles Fernando Robleño y Damián Castaño.