08.07.2025 09:29 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
En una tarde de triunfos en la plaza de toros de Lajas, Juan de Castilla se consagró como torero maduro y estructurado, dejando una faena de dos orejas que confirmó su evolución, aplomo y capacidad para competir al más alto nivel.
Arbeláez – Colombia. La plaza de toros de Lajas fue testigo de una tarde de emociones hondas, de esas que dejan huella en la memoria colectiva de la afición. Y entre los nombres propios que marcaron esta jornada inolvidable, sobresale el de Juan de Castilla, el torero colombiano que, con inteligencia torera, aplomo y verdad, firmó una actuación que confirma el momento de plenitud profesional que atraviesa.
No fue solo el corte de dos orejas, ni el calor del público que reconoció su entrega. Fue el cómo y el por qué, de su actuación lo que dejó claro que el de Medellín ha alcanzado una madurez que lo sitúa con legitimidad en el circuito grande. Juan de Castilla ya no es promesa: es certeza, oficio y profundidad.
UNA FAENA DE ARQUITECTURA SERIA
A su primero, un toro con ritmo y calidad, Juan de Castilla lo entendió desde el primer cite. No hubo prisa ni alardes vacíos. Lo fue llevando con pulso firme, tejiendo una faena sobria, bien planteada y mejor desarrollada, basada en la ligazón y el temple. Hubo mando en cada muletazo, pero también sensibilidad; el colombiano ofreció una faena estructurada, medida y de inteligencia emocional taurina.
En ese trasteo se evidenció no solo la técnica adquirida, sino la serenidad de quien ha toreado mucho en el silencio y ha aprendido a escuchar el idioma del toro sin imponer artificios. Cuando llegó la hora de matar, lo hizo con seguridad. La estocada fue el broche de oro de una obra con sello personal, premiada con las dos orejas que lo elevaron a hombros.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD SIN ECO, PERO CON DIGNIDAD
El segundo de su lote, más áspero y falto de entrega, no permitió el lucimiento. Sin embargo, lo que en otro momento pudo haber sido frustración, hoy se convirtió en un ejercicio de profesionalismo. Juan de Castilla no renunció ni se fue de la cara del toro. Se mantuvo firme, insistente y con dignidad. Fue una lección de entrega sin recompensa aparente, pero con un mensaje claro: el toreo no siempre se mide en trofeos, sino en actitud y compromiso.
EL TORERO HECHO
Esta tarde en Lajas confirma que Juan de Castilla ha alcanzado un punto de inflexión en su carrera. Atrás quedaron los tiempos en los que se le esperaba con expectativa; hoy se le exige, y él responde con la seguridad de quien ha conocido la dureza del oficio y ha salido fortalecido.
Su madurez no solo se mide en técnica pulida, sino en la inteligencia para administrar los tiempos de la faena, en el silencio que impone respeto cuando camina hacia el toro, en el dominio de los terrenos, y en esa seriedad sin aspavientos que distingue a los toreros hechos desde la verdad.
UN COLOMBIANO CON AMBICIÓN INTERNACIONAL
En un cartel compartido con figuras contrastadas como Emilio Serna, poderoso y triunfador en su segundo, y Juan Leal, arrebatador, vertical y premiado con dos orejas simbólicas tras una faena de gran conexión, Castilla no solo no desentonó, sino que elevó su perfil. Se le vio con planta, serenidad y el pulso justo para alternar con toreros consolidados. La competencia le sienta bien, y el contexto internacional en que se mueve, con actuaciones en cosos europeos y americanos, ha nutrido su visión del toreo.
El público de Lajas lo reconoció, lo entendió y lo premió. El propio ruedo, exigente y vibrante, lo puso a prueba. Y Castilla respondió con oficio, hambre de triunfo y madurez emocional.
CAMINO A LA CONSAGRACIÓN
No cabe duda: Juan de Castilla ha llegado al momento donde los grandes se consolidan. La tarde de Lajas es más que una fecha en el calendario taurino. Es un testimonio del punto exacto donde el arte, la técnica, la experiencia y la madurez convergen para convertir a un torero en figura.
Su camino sigue, pero hoy lo recorre con la solidez de quien se ha forjado paso a paso, muletazo a muletazo, sin atajos. Con tardes como esta, el nombre de Juan de Castilla se escribe ya con tinta firme en la historia contemporánea del toreo.