11.10.2025 11:16 p.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Una tarde de verdad, sin adornos ni triunfos fáciles. La terna formada por David Galván, Román y Ginés Marín se enfrentó a una corrida de Victorino Martín que puso a prueba el temple, la entrega y la autenticidad de los toreros. Hubo miedo, emoción, tragedia y verdad. Las Ventas vibró, contuvo el aliento y terminó en silencio, admirando el coraje que solo los valientes entienden.
Manizales - Colombia. Madrid, tarde gris de otoño. Las Ventas olía a miedo, a respeto y a historia. El cartel prometía una batalla con el hierro de Victorino Martín, ganadería de las de siempre, con el sello de la bravura imprevisible. En el aire flotaba esa mezcla de expectación y solemnidad que solo provoca el toro encastado, el que no admite dudas. Tres hombres, tres estilos, una verdad común: el valor sin medida.
DAVID GALVÁN Y LA CORNADA DEL SILENCIO
Abrió plaza ‘Verdadero’ nº47, cárdeno y de 572 kilos, con esa expresión seria y clásica del encaste Albaserrada. David Galván, de aire sereno y pureza cadenciosa, lo recibió con temple. Pero el viento, ese enemigo invisible que todo lo enturbia en Madrid, soplaba con saña. El toro se desplazaba sobre las manos, humillando, pero reponiendo, sin permitirle el respiro necesario para el lucimiento. Galván insistió con entrega y verdad, intentando someterlo por la derecha. En uno de esos lances de compromiso total, el Victorino lo prendió de forma brutal. Lo levantó, lo giró y lo arrojó al albero como si el tiempo se detuviera. El silencio se hizo plomo. El gaditano fue llevado a la enfermería entre la angustia de los tendidos. La tragedia abrió la puerta del respeto.
Román, sin pensarlo, tomó la muleta y culminó la faena con determinación y pundonor. Una estocada certera y el primer silencio de la tarde. Un silencio que no pesaba por la falta de orejas, sino por la admiración ante el sacrificio.
ROMÁN, EL CORAZÓN DEL RUEDO
El valenciano, ya dueño moral del ruedo, se plantó ante ‘Esquinero’ nº51, otro cárdeno con trapío y mirada seria. Toro exigente, de los que piden firmeza y valor en cada embestida. Román se cuadró desde el primer momento, sin concesiones. Le ganó la pelea con los vuelos de la muleta, llevándolo muy por abajo, siempre encajado, siempre al límite. Toreó sobre ambas manos, con el viento soplando sin clemencia, y logró que Madrid respirara con él. En el último tramo de faena, ya con la pierna flexionada, sometió al toro con poder, bajando la mano y cerrando la obra con torería. La estocada, aunque caída, fue sincera. La oreja, rotunda. Madrid rugió como hace tiempo no lo hacía con un torero joven ante un Victorino.
El quinto, ‘Portentoso’ nº106, fue otra historia: largo, acucharado de cara y con genio. Román lo recibió sabiendo que la pelea sería de otro calibre. Derribó al caballo en el primer encuentro y no se entregó en el segundo. Un toro que probaba cada muletazo, que no regalaba nada. El valenciano, consciente de la dificultad, se mantuvo en el sitio, cruzándose y tragando. Los mejores pasajes llegaron por la diestra, imponiendo su mando y serenidad. Madrid, expectante, se metió en la faena, y aunque la espada hizo guardia, la ovación fue sonora, sincera, de reconocimiento al coraje.
GINÉS MARÍN, LA VERDAD DEL TOREO SIN PREMIO
El extremeño Ginés Marín fue la imagen del temple y la serenidad ante la tormenta. Con ‘Madrugador’ nº80, un toro de bella lámina, toreó despacio, muy despacio, como si el tiempo se estirara entre cada muletazo. El Victorino tuvo clase y humillación, pero poca fuerza, y esa falta de empuje limitó una faena que pedía vuelo. Ginés, firme, dibujó naturales de seda y derechazos templadísimos. Gustó, pero no estalló. El público lo ovacionó, consciente del esfuerzo ante un toro que se apagó pronto.
El cuarto, ‘Japonés’ nº51, fue una montaña que se vino abajo. Toro fuerte, serio, con querencia a los adentros. Derribó al caballo y exigió colocación y paciencia. Marín lo intentó todo, con limpieza y tacto. Sabía que la única opción era evitar que el toro se rajara. Lo logró a medias: el toro acabó yéndose, pero el torero dejó la imagen de un profesional de oficio fino y entrega sin alardes. Pinchazo hondo, aviso y silencio.
Cerró plaza ‘Platudo’ nº77, otro cárdeno de bella lámina, que se movió sobre las manos sin entregarse. Ginés, ya con el peso de la tarde sobre los hombros, se mostró paciente y valiente. Buscó el trazo largo, tiró del toro, y aunque el animal no rompió para adelante, el extremeño nunca se guardó nada. En cada cite, la cornada rozó su sombra. El público no terminó de conectar, quizás agotado de tanto esfuerzo sin premio, pero los que saben reconocieron la pureza. Se atascó con el acero. Silencio, otra vez el silencio de los hombres que se juegan la vida con verdad.
EL CORAJE COMPARTIDO
Cuando cayó el último toro, Las Ventas no rugía. No había orejas ni pañuelos, solo respeto. La terna había dejado en el ruedo algo más que faenas: había dejado honestidad, miedo, valor y corazón. Victorino Martín volvió a escribir su nombre en el toreo de la emoción y la verdad. Galván, con su cornada; Román, con su oreja ganada a ley; y Marín, con su serenidad frente al imposible, encarnaron el viejo espíritu del toreo: la lucha entre el hombre y el destino.
Las Ventas fue testigo de una tarde donde el arte cedió espacio al coraje, donde la emoción venció al triunfo, y donde los silencios pesaron más que los trofeos. Porque hay tardes en que las orejas sobran y el valor basta.