05.10.2025 04:06 p.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
La corrida del cuarto festejo de la Feria de Otoño en Las Ventas dejó más interrogantes que triunfos. Un encierro deslucido en su conjunto, con toros desiguales de hechuras, poca raza y embestidas sin celo, puso a prueba la firmeza, el valor y la autenticidad de tres toreros que, pese a las adversidades, sostuvieron con dignidad una tarde de escaso lucimiento y mucha verdad torera.
Arbeláez - Colombia. La tarde prometía toros con seriedad y toreros de poso, pero la realidad fue otra. En el ruedo venteño, donde la historia pesa tanto como el silencio, el encierro mixto de Puerto de San Lorenzo y Fuente Ymbro se presentó con más sombras que luces. Si bien el trapío fue innegable, animales bien rematados, de estampa imponente y seriedad en el semblante, la condición motriz y la falta de clase en las embestidas marcaron el tono general de una corrida áspera, desigual y sin ritmo. Frente a semejante panorama, los tres actuantes, Uceda Leal, Fortes y Víctor Hernández, tuvieron que apelar al oficio, al temple y, en los dos más jóvenes, a un valor a prueba de cornadas.
El primero de la tarde, “Farderito” de Puerto de San Lorenzo, fue un toro serio, armónico y de nobleza intermitente. Uceda Leal, en su particular lidia de seda y acero, lo entendió con hondura por el pitón derecho, extrayendo muletazos de buen trazo y hondura clásica. No fue una faena rotunda, pero sí torera, con esa cadencia que distingue al madrileño. La estocada, bien ejecutada, rubricó una labor de madurez y torería. Sin embargo, el tono del festejo comenzaba a insinuar su signo: calidad sin empuje, bravura sin fondo.
El segundo, “Playero”, negro y algo basto, acusó problemas de visión y una embestida cruzada y descompuesta. Fortes se encontró con un animal incierto, de esos que miden más que embisten. La faena, construida sobre la firmeza y el temple, fue de enorme mérito técnico. El malagueño supo ganar terreno, atacar en línea recta y dejar siempre la muleta puesta, imponiendo su criterio a un toro sin entrega. La plaza reconoció su esfuerzo, aunque el acero empañó el conjunto. Fue la primera demostración de la tarde de lo que sería una lucha desigual entre la torería y la falta de raza.
El tercero, “Grosero”, de Fuente Ymbro, fue el único que permitió ver el toreo en toda su pureza. Víctor Hernández, con una serenidad impropia de su corta experiencia, firmó una faena que será recordada por la rotundidad del toreo al natural. En series cortas, templadas y muy sentidas, hizo rugir a Madrid. Hubo verdad, ajuste y exposición; cada pase fue un compromiso con la pureza. Una estocada desprendida y una oreja ganada a ley rubricaron el momento más alto de la tarde. Parecía que el festejo remontaba.
Pero la suerte, caprichosa, se tornó cruel. En el quinto, “Soplón”, también de Fuente Ymbro, un toro basto y de embestida recta y dormida, Hernández resultó herido en el gemelo izquierdo durante un quite. El percance, seco y aparatoso, cortó en seco su tarde. La ovación que acompañó su traslado a la enfermería tuvo el eco del respeto y la preocupación.
El cuarto, “Heráldico”, fue un toro con brío inicial, pero de embestida áspera. Uceda Leal volvió a demostrar su oficio, pero el toro se vino pronto abajo. Le faltó clase y le sobró sentido. Faena de tesón, más sufrida que lucida, que acabó con una gran estocada. La seriedad del torero contrastó con la nula entrega del oponente.
El sexto, “Garavito”, cerró la tarde con más presencia que fondo. Un toro de 603 kilos, negro y poderoso de fachada, pero descoordinado de remos y sin celo. No tenía recorrido ni humillación, y su embestida a la defensiva no ofreció opciones. Uceda Leal, que lo mató por su compañero herido, apenas pudo justificarse. Faena de impotencia ante un toro que, más que embestir, se defendía con desconfianza.
Entre uno y otro, Fortes volvió a poner el alma en el ruedo frente a “Soplón”, un toro que exigía valor seco. Sin brillo ni franqueza, el malagueño se plantó en los terrenos imposibles, tirando de raza y corazón. Faena de riesgo, de esas que no se aplauden con las manos sino con el alma. Varias coladas estuvieron a punto de costarle caro, pero su aplomo fue conmovedor. La vuelta al ruedo que dio tras la estocada fue el reconocimiento a la autenticidad del toreo sin adorno ni mentira.
En conjunto, la corrida evidenció dos verdades incuestionables: la disparidad en las condiciones del encierro, con animales desiguales y faltones de raza, y la altura moral de los toreros, que no se guardaron nada. Uceda puso el poso, Fortes la entrega, y Víctor Hernández la revelación.
Las Ventas, exigente y justa, premió lo que hubo de verdad: una oreja ganada con sangre y temple y una vuelta al ruedo con sabor a redención. Pero la sensación final fue la de una tarde sin redondez, de lucha constante contra un material que no permitió el lucimiento pleno.
La bravura, dormida en los chiqueros, no despertó; pero la torería, esa que nace del compromiso y no del resultado, brilló entre la dificultad. Porque incluso cuando el toro no embiste, el buen torero demuestra que la grandeza de la fiesta no depende del triunfo, sino de la verdad con que se enfrenta la adversidad.