Madrid: El Silencio de Las Ventas

Madrid: El Silencio de Las Ventas

04.10.2025  2:00 p.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

Una tarde sin alma ni bravura dejó a Las Ventas sumida en el desencanto. Ni la voluntad de los toreros ni la presentación correcta de los astados pudieron salvar una corrida hueca de emoción. Los tendidos callaron, y el eco del desengaño fue el verdadero protagonista.

Arbeláez - Colombia. El reloj marcaba la hora taurina en Las Ventas, y el ambiente otoñal presagiaba solemnidad, esperanza y arte. El cartel prometía una tarde de verdad, con Alejandro Talavante, Pablo Aguado y la confirmación de alternativa de Jarocho frente a seis ejemplares de Domingo Hernández, hierro de garantías en la élite ganadera. Sin embargo, lo que se avecinaba sería un naufragio lento, una corrida en la que la bravura se desangró junto con la ilusión del público.

EL DESENCANTO EMPIEZA EN LA PUERTA DE CHIQUEROS

Abrió plaza ‘Jienense’, número 142, castaño y de 540 kilos, un toro que apuntó más de lo que dio. Jarocho, ilusionado en su confirmación, quiso templar y mandar, pero el toro, sin celo ni fondo, se caía al tercer muletazo. Cada embestida moría antes de nacer, y el torero, vertical y firme, quedó atrapado en el espejismo de un enemigo sin poder. Pinchazo, otro pinchazo bajo, y el toro se echó. Las palmas de cortesía fueron apenas un murmullo compasivo. La tarde comenzaba a enfriarse.

La devoción por Talavante se asomó con ‘Retamero’, toro basto y sin armonía, de 598 kilos. Cuatro verónicas templadas despertaron un leve murmullo de esperanza, pero pronto el animal mostró sus carencias: flojo de remos, sin empuje ni entrega. Cayó dos veces y fue devuelto. El público ya olía el desastre, y las protestas no tardaron en subir de tono.

El sobrero ‘Posadero’, que vino en su reemplazo, apenas sostuvo el tipo. De 614 kilos, largo y alto, pero sin expresión, llegó al ruedo bajo un coro de pitos. Talavante trató de rescatar algo con técnica y oficio, doblándose con él, pero el toro se vino abajo desde el primer muletazo. Embestidas descompuestas, sin viaje ni celo. Todo era resistencia. La espada, baja y suelta. Silencio, el mismo que comenzaba a helar los tendidos de Madrid.

LA IMPOTENCIA TAMBIÉN VISTE DE SEDA

El tercer toro, ‘Limonero’, de 568 kilos, colorado y bragado, fue para Pablo Aguado. Lo intentó a la verónica con temple y gusto, pero el toro marcó querencia desde el primer instante. Aguado construyó con su muleta una faena técnica y de pureza formal, pero el toro, corto de embestida y falto de raza, no permitió hondura. Hubo estética, sí, pero sin emoción. Varias tandas por el derecho, bellas pero vacías, desembocaron en un silencio educado tras un rosario de pinchazos.

Después llegó ‘Morado’, de 543 kilos, un toro colorado, de mirada seria y expresión de promesa. Talavante, más artista que guerrero, quiso estatuarios y naturales largos. Al principio pareció que algo florecía: dos series de muletazos con cierto vuelo. Pero el toro, sin fondo ni raza, se descompuso pronto, dejando la faena en mero ejercicio de supervivencia. Talavante lo intentó, pero el eco no llegó al tendido. Faena larga, sí, pero sin alma. Otro silencio.

LA TARDE AGONIZA ENTRE MANSEDUMBRE Y FRUSTRACIÓN

El quinto toro, ‘Germano’, castaño, de 580 kilos, salió con cuerpo y cuajo, pero manseando desde el primer compás. Aguado tuvo que pararlo en los medios, con el capote tenso y la mirada paciente. Sin embargo, el toro embestía a arreones, con la cara por las nubes. En el peto empujó más con el cuerpo que con el corazón, y en banderillas puso en apuros a Mambrú, cortando por el derecho. En la muleta, Aguado trató de hacer faena por doblones, pero el toro, venido a menos, se quedaba corto y se defendía. Entrar a matar fue un trámite doloroso: media estocada tendida, y otra vez el silencio.

El sexto y último, ‘Cuartero’, negro listón de 589 kilos, llegaba para cerrar una tarde que ya olía a sentencia. Alto y veleto, con algo de expresión en la cara, pero poco cuerpo, embistió con bondad en los primeros lances de Jarocho, quien trató de veroniquear con gusto. Sin embargo, al poco se vio la falta de poder. En varas se empleó más por inercia que por bravura, y tras doblar las manos al salir del peto, la corrida quedó simbólicamente rendida. En la muleta, el joven torero burgalés, con la montera calada y dignidad serena, buscó la ligazón imposible. El toro, sin clase ni viaje, se defendía tras el embroque. La faena se hizo interminable. Dos pinchazos, y el toro se echó.

El silencio se hizo piedra.

LA TARDE QUE SE FUE SIN ALMA

No hubo trofeos, ni orejas, ni siquiera broncas. Solo resignación. El público, 22.462 almas que esperaban arte y verdad, se marchó con la misma sensación que los toreros: la de haber sido víctimas de una corrida sin raza, sin poder, sin vida.

Talavante, Aguado y Jarocho no fueron culpables, pero tampoco salvadores. Cada uno puso oficio, torería y compostura. Pero cuando la materia prima falla, cuando los toros carecen de bravura y empuje, la lidia se convierte en un ejercicio estéril, una liturgia sin fe.

EPÍLOGO: EL ECO DEL SILENCIO

Esa tarde en Las Ventas no hubo sangre ni gloria, ni triunfo ni tragedia. Hubo algo peor: la indiferencia. Porque el silencio, en la plaza más exigente del mundo, duele más que el desprecio. Y entre el polvo del ruedo y las sombras de la decepción, quedó flotando una verdad amarga: que no hay arte posible cuando el toro no embiste.

  

 

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