29.09.2025 05:52 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
En la corrida concurso de ganaderías en Las Ventas, la tarde se definió en torno a la figura de Gómez del Pilar, que con temple, valor y pureza firmó dos actuaciones de peso. Con el de Partido de Resina dio una vuelta al ruedo tras estocada entera, y con el de Rehuelga desató la emoción de los tendidos, cortando una oreja de gran valor. Fue el único que dio dimensión a una corrida áspera y exigente, confirmando que Madrid ya lo reconoce como uno de sus toreros.
Arbeláez - Colombia. La corrida concurso de ganaderías en la primera plaza del mundo no es una tarde cualquiera. En Las Ventas, donde cada embestida se mide con lupa y cada muletazo se juzga con bisturí, solo se impone quien es capaz de dar la cara en el terreno donde más quema. Y allí, entre el murmullo áspero del tendido y el hierro de seis divisas distintas, emergió con fuerza un nombre: Gómez del Pilar.
No fue una tarde fácil. La corrida se presentó como un mosaico de bravuras y complicaciones, de nobleza tibia y fiereza contenida. Ni Rubén Sanz ni Javier Herrero consiguieron arrancarle vuelo a una tarde que se iba apagando en la falta de clase de los toros y en la tibieza de las faenas. Y entonces apareció Noé.
El tercero, de Partido de Resina, fue el primero en poner a prueba al toledano. El toro humilló con alegría, pero sin excesiva calidad, entregándose a los cites pero quedándose más corto conforme la faena avanzaba. Gómez del Pilar, consciente de que la joya se desgastaba con rapidez, lo administró con inteligencia, toreando siempre a ras de arena, exigiendo lo justo para mantener la ligazón. Hubo hondura en los naturales, hubo disposición en cada muletazo, y sobre todo, hubo una estocada recia, entera, hasta la empuñadura, que rubricó con sello torero el pulso de la lidia. El palco, severo, le negó la oreja; la plaza, en cambio, lo premió con una vuelta al ruedo que supo a reivindicación.
Pero la verdadera consagración llegaría con el sexto, de Rehuelga. Un toro bravo, con complicaciones y con ese fondo que solo asoma cuando se le somete con poder y se le acaricia con temple. Ahí Noé se jugó el sitio. Desde el recibo capotero dejó claro que venía a Madrid a entregarse, y en la muleta destapó toda la verdad de su tauromaquia. Citando en corto, aguantando parones que helaban la sangre, deletreó el natural con una lentitud pasmosa, domando la media arrancada del cárdeno y convirtiendo la dificultad en triunfo. Cada pase bajó más la mano, cada muletazo fue un reto a la razón: ahí, donde el toro amaga con reventar al torero, Gómez del Pilar se quedó quieto, firme, sin arredrarse.
El tendido, primero expectante, luego encendido, terminó rendido. “¡A este torero hay que verlo más!”, se escuchaba en los altos. Y la frase quedó flotando, como sentencia y como súplica. Porque no es común que un espada se plante así, tan sincero, tan entero, en una plaza que exige tanto y que concede tan poco.
La estocada final, ejecutada con fe y verdad, abrió la puerta del reconocimiento: una oreja que sabe a mucho más, porque detrás de ella había una faena de peso, un compendio de valor y temple, un recordatorio de que la pureza aún encuentra eco en Madrid.
Esa tarde, entre broncas al palco, silencios ingratos y ovaciones tibias, solo un torero salió reforzado. Gómez del Pilar no solo toreó; conquistó, convenció y se ganó, de nuevo, el derecho a estar en los carteles donde la exigencia se llama Las Ventas.