Manizales: Cuando la Casta No Basta

Manizales: Cuando la Casta No Basta

11.10.2025  11:23 p.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

La segunda de la Feria Toros y Ciudad 2025 en Manizales dejó una sensación agridulce. El encierro de Salento mostró novillos con casta evidente, pero bravura escasa. Los jóvenes novilleros, cada uno fiel a su concepto, pelearon más contra la condición de los astados que contra el propio miedo. Hubo voluntad, técnica y corazón; pero sin bravura en los pitones, la emoción quedó a medio camino.

Manizales - Colombia. La tarde en Manizales amaneció con promesa. El coso, vestido de ilusión y expectativa, abría su segunda jornada de la Feria Toros y Ciudad 2025. En los corrillos se hablaba de los novillos de Salento, hierro de historia variable, con la esperanza de que la genética hiciera justicia al prestigio. Pero pronto se confirmaría que entre la casta y la bravura hay un abismo que sólo el toro íntegro logra cruzar.

Antes de narrar el curso del festejo, vale detenerse en lo esencial: la diferencia entre casta y bravura, conceptos que marcan la columna vertebral de la tauromaquia.

La casta es la herencia, el linaje, la materia prima que da al toro la posibilidad de ser bravo. Es el gen, el impulso ancestral que late en la sangre, la alegría que imprime. Pero la bravura es la expresión viva de esa herencia en el ruedo: la acometividad que no cesa, la fijeza que no se distrae, el empuje que sobrevive al castigo, la entrega que no se rinde ni ante la fatiga ni ante la muerte. Un toro bravo no es solo el que embiste, sino el que se crece en la lidia, el que va de menos a más, el que humilla con temple y codicia, el que exige al torero la verdad del toreo.

El encierro de Salento de esta tarde, sin embargo, mostró otra cara. Hubo casta visible, sí, pero la bravura se quedó a medio camino, como un eco débil de lo que pudo ser. Seis novillos desiguales de presentación y de juego, nobles en general, pero sin ese fuego interno que separa lo bravo de lo simplemente obediente. En resumen: faltó alma.

LOS NOVILLOS: CASTA SIN FINAL

El primero, encastado y noble, mostró su intención, pero fue tardo y huidizo; la bravura se le quedó en los genes, no en el alma. El segundo, de buena nota inicial, se desfondó pronto y dejó ver la mansedumbre, tanto que el público pitó su arrastre. El tercero, de similar condición, noble y con algo de casta, volvió a quedarse corto de entrega. El cuarto, con cierto genio y orientación, al menos dejó entrever una respuesta más viva, sin llegar a romper. El quinto, nuevamente encastado pero huidizo, repitió el patrón de bravura limitada. Y el sexto, plano y descastado, selló el ocaso del encierro con nobleza sin empuje.

La corrida se resumió en eso: novillos con buenas intenciones, pero sin final, sin esa acometividad que hace vibrar los tendidos. Se dice que la bravura se mide en los tres tercios, y aquí, apenas si sobrevivió al primero.

LOS NOVILLEROS: VOLUNTAD FRENTE AL VACÍO

Frente a este panorama, los jóvenes espadas hicieron lo que pudieron. Cada uno, fiel a su estilo, mostró entrega, pero se toparon con materia prima sin fuego.

Julián Páez saludó con capote elegante y torero, pero su burel, complejo y huidizo, no permitió mayor lucimiento. En muleta se mantuvo ortodoxo, fiel a la escuela, pero la falta de bravura del novillo diluyó su faena. Dos estocadas tendidas, silencio y dos avisos: más esfuerzo que recompensa.

Eduardo Contreras entendió al suyo desde el principio: verónicas acompasadas, templadas y con aire de torero caro. En la muleta logró dos tandas de buen trazo, pero el novillo se vació pronto. Hubo inteligencia, temple y serenidad, pero sin enemigo no hay epopeya. Estocada certera y descabello: palmas sinceras del respetable.

Sergio Moreno fue quien mejor conectó con la parroquia. Toreó con sentimiento, llenó la plaza con su concepto clásico y sentido, y aunque el novillo apenas acompañó, su faena fue hilvanada, torera, de buen gusto. Pinchazo y estocada, y el público lo premió con palmas cálidas.

Daniel Sánchez, por su parte, puso el corazón por delante. Buen capote, entrega total, pero exceso de confianza en los terrenos. El burel, complicado y sin entrega, lo llevó a perder los sitios y a sonar los tres avisos. Fue sincero, fue torero, pero la tarde no le dio premio.

Fredy Velásquez salió a portagayola con arrojo, dispuesto a jugársela. En capa templó bien y en muleta ofreció tandas por ambas manos, plenas de recursos técnicos. Pero la espada, ingrata, le negó la ovación: tres recados del usía y la resignación del que dio todo.

Cerró Daniel Montes, con un capote variado y sentido. En la muleta derrochó arrebato, dejando tandas de buen trazo y entrega. Pero la suerte suprema se le atragantó: una estocada atravesada, otra tendida y descabello. Silencio tras dos avisos.

EPÍLOGO: LA TARDE QUE NO CUAJÓ

Manizales tiene alma taurina. La afición entiende, siente y perdona cuando ve entrega, pero no olvida la falta de bravura. Y eso fue lo que pesó hoy: la ausencia del novillo bravo integral, ese que se crece en la pelea y permite al torero escribir faenas de verdad.

La tarde fue un espejo de lo que ocurre cuando la genética no se acompaña de selección ni de bravura probada. Hubo casta sin bravura, nobleza sin codicia, entrega sin recompensa. Los novilleros, valientes y técnicos, demostraron hambre de triunfo, pero sin el enemigo adecuado, el toreo se convierte en un ejercicio de fe.

Al final, la plaza se fue con el sabor del esfuerzo, pero no del triunfo. Porque en el toreo, como en la vida, la casta puede heredarse, pero la bravura hay que demostrarla hasta el último aliento.

  

 

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