Manizales. De Reparto: Los Héroes Invisibles del Alvero

Manizales. De Reparto: Los Héroes Invisibles del Alvero

13.10.2025  04:03 p.m.

Redacción: Andrey Gerardo Márquez Garzón

En la corrida de cierre de la Feria Toros y Ciudad de Manizales 2025, la cuadrilla de monosabios y subalternos demostró, una vez más, que sin ellos la magia del toreo sería imposible. Con precisión, entrega y saber hacer, garantizaron que cada tercio se desarrollara con excelencia, dejando el ruedo, y la historia, en condiciones inmejorables.

Manizales - Colombia. En la arena sagrada de la Plaza de Toros de Manizales, donde la bravura y el arte se dan la mano cada enero, hay hombres que no buscan aplausos, pero los merecen todos. Son los monosabios y cuadrillas, esos héroes anónimos que hacen posible que la lidia sea una sinfonía de precisión, valor y respeto por la tradición. En la corrida de cierre de la Feria Toros y Ciudad de Manizales 2025, su labor brilló con una intensidad que merece ser contada con el mismo temple con que ellos pisan el albero.

EL ARTE DE SERVIR AL TOREO

Antes de que suene el clarín y el toro asome por chiqueros, la cuadrilla de monosabios de la Plaza de Manizales ya está lista, con el rostro curtido por el sol y la mirada puesta en el ruedo. Son los primeros en entrar y los últimos en salir. Su trabajo, silencioso pero vital, consiste en dejar el albero en las correctas condiciones para la lidia, nivelar la arena, enmendar huellas, corregir rastros, y hacerlo todo en tiempos maratónicos, mientras el público conversa, mientras los clarines callan. Cada palada, cada paso, es una ofrenda al respeto taurino.

Y en esta edición 2025, su labor fue espectacular, un ejemplo de oficio y devoción por la plaza y por la fiesta. El ruedo, tras cada embestida, lució impecable, listo para recibir la bravura con el decoro que exige una feria de esta categoría. No hubo detalle menor ni tiempo perdido. Como un ejército silencioso, los monosabios devolvieron al ruedo su esplendor una y otra vez, conscientes de que de su trabajo depende, en gran parte, la integridad del espectáculo.

EL DETALLE Y LA ENTREGA DE CADA CUADRILLA

En el primero de la tarde, Edgar Arandia, con el temple que dan los años de oficio, mantuvo la vara medida, oportuna y paciente, recibiendo el justo reconocimiento del tendido. En la brega, Arley Gutiérrez demostró oficio y serenidad, mientras Bryan Valencia, que afrontaba examen, supo sobreponerse al nervio para colocar un par con gran decisión y otro pelín desprendido, arrancando aplausos sinceros. Cerró el tercio Antony Dicson, con un gran par que dejó en alto el nivel de su cuadrilla.

El segundo toro trajo consigo la fuerza desbordante del burel, y ahí estuvo Reinario Bulla, que aguantó la embestida con gallardía y supo clavar con firmeza pese al empuje. Emerson Pineda, en la brega, mostró una labor justa, medida y templada, acompañando con criterio. A Bryan Valencia le tocó repetir turno, y el joven no se achicó: corrigió y cumplió. Juan David Ortiz se mostró solvente, aunque los rehiletes, por azar del destino, salieron escupidos. La voluntad, sin embargo, fue irreprochable.

En el tercero, la vara de William Torres fue una lección de colocación y oportunidad: supo esperar el relance y clavar en el sitio exacto. Las banderillas del matador David Martínez fueron de buen trazo, y Héctor Fabio Giraldo completó una brega oportuna, con el temple que solo da el conocimiento del toro y del ruedo.

En el cuarto, Hildebrando Nieto colocó una vara precisa y bien medida, mientras Iván Darío Giraldo demostró maestría en la brega, templando con inteligencia cada embestida. De nuevo Bryan Valencia asumió el compromiso con valentía: en el primer par los palos no quedaron, pero en el segundo turno encontró la suerte. José Ortega, con elegancia, dejó un buen par que levantó el entusiasmo del público.

Llegó el quinto, y con él, Juan Esteban García, que colocó una vara desprendida pero correcta, despidiéndose de la presidencia con nobleza. En la brega, Jhon Jairo Suaza demostró ser un torero de plata de enorme oficio: templado, justo, sin florituras, pero eficaz, como se exige en los buenos profesionales. Las banderillas fueron colocadas por el matador Manolo Castañeda, con pulso y serenidad.

Cerrando plaza, Adelmo Velásquez ejecutó una vara de auténtico maestro, toreando con la cabalgadura y dejando el puyazo en lo alto, medido y elegante. José Calvo, en la brega, fue oportuno y templado, cumpliendo con creces. Bryan Valencia, incansable, volvió a la cara del toro, aunque en su primer intento solo un palo quedó y en el segundo los rehiletes no se afirmaron. Andrés Herrera puso un muy buen par de banderillas, cerrando con dignidad una tarde de entrega y de respeto al oficio.

LA GLORIA SIN NOMBRE

Lo de estas cuadrillas, lo de los monosabios y subalternos de Manizales, no es trabajo: es devoción. Cada tarde, su labor sostiene la estructura invisible que permite que el arte del toreo florezca. Son los guardianes del albero, los custodios del orden, los que devuelven el esplendor tras cada embestida.

No levantan trofeos ni suenan clarines por ellos, pero su nombre queda grabado en la memoria de quienes saben que sin su esfuerzo el espectáculo no sería posible. Son el alma obrera del toreo, los que trabajan sin buscar el aplauso, pero que merecen la ovación más larga.

Porque cuando el ruedo queda liso, cuando el sol cae y el último toro se va, ahí siguen ellos, con la pala, con el sudor y con el orgullo de haber servido a la Fiesta. Hombres de manos curtidas y corazón de oro, los héroes invisibles del toreo.

  

 

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