09.07.2025 07:42 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Horas antes de actuar en Pamplona, Morante de la Puebla rompe el silencio y revela su íntima conexión con la tauromaquia, su visión del arte, su evolución como torero y su expectativa de cerrar un histórico círculo entre Sevilla, Madrid y la Monumental de Navarra. A sus 45 años, llega con la madurez del maestro y la fuerza del mito.
Arbeláez – Colombia. Por fin, el silencio se rompe y habla el artista. José Antonio Morante de la Puebla, el torero sevillano de alma barroca y gesto de óleo clásico, ha dado la cara pocas horas antes de su esperado paseíllo en la Monumental de Pamplona. Lo hace tras varios intentos frustrados de entrevista, y solo gracias a la mediación de su fiel apoderado Pedro Marqués, “El Portugués”.
Desde la carretera, camino a la capital navarra, el cigarrero accede a una breve pero reveladora conversación con el periodista Manuel Sagüés, en la que no solo se desvela su estado anímico, sino también la hondura de su propósito: “Sí, justo ahora salimos de viaje para Pamplona”, dice con la naturalidad de quien va a encontrarse con su destino.
La figura de Morante no solo regresa a los ruedos pamplonicas tras la ausencia del 2024 —año en que su baja por motivos de salud mental conmocionó al toreo— sino que lo hace con la intención de completar una trilogía histórica: Sevilla, Madrid y Pamplona. Tres plazas emblemáticas, tres Puertas Mayores que sellarían una leyenda de mil kilómetros de arte y valor. “Hombre, sería una cosa muy importante, diría histórica”, confiesa, con ese acento suave y pausado que enmascara una convicción firme.
EL ARTISTA Y SU TIEMPO
La conversación va tomando un tinte confesional. A la pregunta de si está liderando la recuperación de la tauromaquia desde el prisma de la emoción y el arte, responde con mesura, pero sin falsa modestia: “Sí que creo que en parte soy el guardián del toreo clásico. Y siendo fiel a mi estilo, la gente está yendo a la plaza atraída por ese toreo de siempre”.
No se trata solo de mantener viva una estética, sino de insuflar alma al rito, devolverle a la plaza su razón de ser: la emoción. La autenticidad. La verdad desnuda.
Y es que Morante, a sus 45 años, ha encontrado en la madurez un punto de equilibrio entre la inspiración y la técnica, entre el arrojo y la reflexión. “Eso de estar en forma cuando se van cumpliendo años, que ya los tengo, no es lo mismo que cuando eres joven. Pero estoy teniendo últimamente años buenos, en los que está acompañando la suerte y van llegando los triunfos”, afirma, consciente de su momento vital.
PAMPLONA Y SUS TOROS: ENTRE RESPETO Y DESAFÍO
Para Morante, el toro de Pamplona sigue siendo “ese toro muy bien armado y cuajado”, sin concesiones a la estética moderna. Aquí no hay placebos. La casta y la integridad son exigencia, no opción. Y él lo asume con respeto y entrega, con la misma honestidad con la que vuelve año tras año a las ferias más exigentes del orbe taurino.
A pesar de que muchos toreros de arte y corte más íntimo rehúyen Pamplona, Morante desafía esa lógica. ¿La razón? “Bueno, son situaciones que se dan o que no lo ven claro o que no tienen seguridad en sí mismos. Nada más”, dice, dejando entrever que en esta plaza no basta con tener valor, hay que tener identidad.
En cuanto al vestido, mantiene el misterio. No será el del Centenario, pero sí uno “habitual”, aunque en su boca esa palabra no es sinónimo de rutina sino de elegancia repetida, como una sinfonía que no cansa.
UNA HISTORIA ENTRELAZADA CON PAMPLONA
Desde su debut en la feria del Toro el 13 de julio de 1998, cuando cortó oreja a un toro del Marqués de Domecq, hasta su última comparecencia en 2023, Morante ha dejado en la arena pamplonesa estampas para la memoria. Nueve corridas, cuatro orejas, tardes de pitos y silencios, pero también de ovaciones, de gloria y emoción. Una historia escrita con trazos de sangre, temple y estética.
En el recuerdo quedan faenas a los Núñez del Cuvillo, tardes con El Juli, con Ponce, con Rivera Ordóñez, con Talavante. Momentos luminosos y otros menos dulces, porque Pamplona, como la vida, no regala nada.
Y es que en su historial no hay fórmulas fijas. Lo suyo es la liturgia del arte, lo imprevisible de la inspiración. Su cuadrilla, con nombres de peso como Curro Javier, Joao Ferreira y Pedro Iturralde, es una orquesta afinada al servicio del genio. Su mozo de espadas, Juan Carlos Morante, conoce cada pliegue de la liturgia. Y “El Portugués”, su apoderado, es más que un estratega: es su aliado espiritual.
UN TORERO QUE TAMBIÉN ES PADRE Y BÉTICO
Como nota íntima, surge la figura de su hijo, jugador del Betis. “No soy muy futbolero, pero siempre me ha gustado el Betis Balompié. Y ahora que está mi hijo, más todavía”, comenta. En esa frase, el torero revela su otra faena: la de ser padre, seguidor silencioso y orgulloso, sin alharacas, del hijo que ha cambiado el capote por el balón.
UN DESEO: QUEDARSE HASTA EL ‘POBRE DE MÍ’
Morante lo dice sin rodeos: “Si triunfo, ojalá, me quedaré en Pamplona hasta el ‘Pobre de mí’”. Y con esa frase cierra una entrevista breve, pero intensa. No es solo una promesa: es una declaración de intenciones, un guiño a la fiesta, al toro, a la gente. Y a sí mismo.
Esta tarde, cuando se rompa el paseíllo en la Monumental, no saldrá solo un torero. Saldrá un símbolo. Morante no solo representa al artista que doma la embestida con la seda del temple, sino al hombre que ha hecho del clasicismo una forma de rebeldía y del silencio, una forma de hablar.
Pamplona le espera. El toro también. Y nosotros, los que amamos el toreo, esperamos que se abra esa Puerta Grande que le falta para cerrar un círculo que lleva dibujando desde Sevilla hasta Madrid. Con la inspiración como muleta y la verdad como estoque. Morante vuelve. Y eso ya es una victoria.