11.08.2025 08:13 p.m.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez
En apenas 72 horas, Morante de la Puebla vivió un torbellino de gloria, tensión y sangre: rabo en Marbella con voltereta incluida, chispa encendida con Roca Rey en El Puerto y grave cornada en Pontevedra. El sevillano, herido pero entero, reafirma su condición de torero de raza, dispuesto a no ceder su trono a nadie.
Lenguazaque - Colombia. La última secuencia vital de José Antonio “Morante de la Puebla” parece escrita con tinta de sangre, arte y orgullo. El cigarrero, que llegó al mes de agosto con un calendario de vértigo y la ambición intacta, ha encadenado en apenas tres días un rabo en Marbella, un cruce dialéctico con Roca Rey en El Puerto y una cornada grave en Pontevedra. Todo, sin perder la esencia de su toreo: inspiración pura y compromiso absoluto.
MARBELLA: TRIUNFO CON VOLTERETA
En la Corrida de los Candiles, el pasado viernes, Morante se presentó pletórico ante la afición marbellí. No se dejó ganar la pelea por Juan Ortega ni por Pablo Aguado, que dejaron pinceladas de alta calidad. El cuarto toro de la noche, con peligro sordo, fue recibido por el sevillano de rodillas junto a las tablas, hilvanando un manojo de verónicas lentísimas, cargadas de empaque. Tras un arranque de faena de muleta desde hinojos, alternó derechazos templados con naturales sentidos.
Pero en plena serie al natural, el animal lo enganchó por detrás, lo derribó con violencia y lo volteó dos veces más en el suelo. Los pitones, afortunadamente romos, evitaron la cornada, aunque no una brecha en la cabeza y el dolor evidente. Con el semblante serio, tomó la espada, se volcó sobre el morrillo y, pese a la estocada caída, paseó las dos orejas y el rabo. La plaza, puesta en pie, reconoció que el arte y el coraje del de La Puebla estaban intactos.
EL PUERTO: ARTE Y CHISPA ENCENDIDA
Apenas unas horas después, en El Puerto de Santa María, Morante volvió a mostrar cante grande frente a un Núñez del Cuvillo al que le cortó dos orejas. Sin embargo, la tarde quedó marcada por un episodio que alimentó la crónica extrataurina: un choque verbal con Roca Rey por la inoportunidad de un quite.
«Eso se hace después del segundo puyazo, no del cuarto», le reprochó Morante. El peruano, con gesto altivo, respondió: «Maestro, fúmate un purito despacito». El intercambio, que no pasó de la refriega verbal, recordó viejas riñas de ruedo como la de Paco Camino y El Cordobés en 1965 o la de Manzanares y El Soro en 1985, aunque esta vez no hubo más que palabras. Rivalidad latente, sí, y un mensaje claro: el sevillano no está dispuesto a ceder el centro del escenario.
PONTEVEDRA: CORNADA GRAVE
La Feria de la Peregrina aguardaba a Morante el domingo. En su primero, un Garcigrande con teclas, el sevillano había dibujado dos series diestras de gran trazo, con la música acompañando y la faena alzando vuelo. Pero en la primera tanda al natural, al rematar con el pase de pecho, el toro se le quedó debajo, prendió por el muslo derecho y lo arrojó al albero. Fueron segundos de angustia.
Tras ser llevado en volandas a la enfermería, fue trasladado al Hospital Quirón de Pontevedra, donde fue operado de una cornada con dos trayectorias, descendente de 10 cm y ascendente de 6 cm, que afectó a tejido subcutáneo, fascia muscular y provocó desgarro del abductor mayor. El pronóstico, grave. Alejandro Talavante se encargó de la muerte del toro.
La noticia de su alta hospitalaria llegó horas después, pero su ausencia en Huesca al día siguiente evidenció la dureza de la lesión. Morante afronta ahora un agosto repleto de compromisos y una incógnita: hasta dónde le permitirá llegar el cuerpo.
UN TORERO QUE NO NEGOCIA CONSIGO MISMO
Lo que ha sucedido en estas tres tardes es más que un encadenado de sucesos: es la radiografía de un torero que, a sus 45 años, se juega el tipo como un novillero y mantiene el tarro de las esencias cerrado a cal y canto. Morante no mide la entrega: se deja el alma, se mide con sus rivales y se mide, sobre todo, con su propia leyenda.
Ni la voltereta en Marbella, ni el encontronazo con Roca Rey, ni la cornada en Pontevedra han cambiado el guion: el cigarrero, fiel a su credo, seguirá toreando donde y cuando el cuerpo aguante. Y la afición, consciente de estar ante un artista irrepetible, ya sabe que cada tarde con Morante es un viaje al filo del abismo.