14.07.2025 06:23 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
En una semana vibrante de la Feria del Toro de San Fermín, Morante de la Puebla desarmó la estadística y conquistó Pamplona con dos obras maestras de toreo puro, reafirmándose como el verdadero torero del pueblo. A su lado, Tomás Rufo firmó una tarde de solidez cortando dos orejas, mientras que Roca Rey, sin lote, se vio eclipsado por la figura del sevillano. La emoción y la casta reaparecieron con la corrida de José Escolar, destacando Juan de Castilla con una oreja de ley y Rafaelillo con una faena heroica entre sangre y gloria. Una semana de toros que no descansó ni en la merienda.
Arbeláez - Colombia. Lo Relevante de la Semana en la Feria del Toro de San Fermín 2025:
MORANTE SE CORONA EN PAMPLONA, RUFO SE AFIANZA Y LA EMOCIÓN REGRESA CON ESCOLAR
Pamplona no duerme en San Fermín, pero esta semana vivió algo más que fiesta: vivió la revolución del toreo. El epicentro de esa conmoción fue Morante de la Puebla. En la plaza más populista, en el horario más disperso -el de la merienda- y con el lote más ingrato, el sevillano echó por tierra la lógica numérica y firmó dos faenas que ya son leyenda. La primera, con intención y estética; la segunda, con profundidad y exposición. Ambas premiadas con una oreja, sí, pero el reconocimiento real fue otro: la plaza rendida, la ciudad entregada y la historia reescrita.
EL TORO DE LA MERIENDA Y LA FAENA DEL ALMA
Fue con “Trampero”, cuarto de la tarde, donde se fraguó la obra grande. Un toro sin clase aparente, con el pitón contrario por bandera, pero con fondo escondido. Morante no lo violentó: lo educó. A base de muñeca y temple, le mostró el camino de la bravura. Sin obsesionarse con la ligazón, dejó muletazos con máxima exposición y remates hondos, en un toreo de pureza descarnada que provocó más recogimiento que jolgorio. La estocada final, en su sitio, desató un rugido inconfundible: el pueblo lo había elegido. Oreja, sí, pero ya era el Rey.
Antes, ya había sembrado la semilla en el primero. Con "Majoleto", deslucido y sin entrega, sacó detalles de oro y una estocada efectiva que bastaron para otra oreja, espoleada por la expectación que había desde primeras horas de la mañana. Camisetas con su imagen, peregrinaciones desde Sevilla y peñas enteras cambiando la juerga por la contemplación. Morante había convertido a Pamplona en su catedral.
RUFO, CON TEMPLE Y VERDAD
Tomás Rufo, en medio del huracán Morante, no se achicó. Le tocó el mejor toro, “Polvorillo”, un jabonero de embestida excelsa por el pitón izquierdo, con el que dejó naturales de mano baja que olían a gloria. Una faena de temple y medida, que remató con una estocada certera para cortar la primera oreja.
Pero Rufo también tuvo valor con el sexto, “Aguaclara”, más incierto y peligroso. El de Pepino supo encontrarle el lado bueno -el derecho- y mantuvo la compostura en cada embroque ajustado, jugando con fuego en varias ocasiones. Otra estocada de ley, otra oreja. Un triunfo completo y silencioso, como los que pesan.
ROCA REY, SIN FORTUNA NI FOCO
La feria de Roca Rey no ha comenzado como suele: sin conexión y sin toro. Su lote fue lo peor del encierro. El segundo, con clase en el capote, se vino abajo en la muleta hasta echarse; el quinto, un manso de libro, apenas dejó espacio para el lucimiento. El peruano buscó por ambos pitones, lo intentó con corazón y entrega, pero el viento ya venía de La Puebla y la afición estaba en otra frecuencia. Silencio en ambos, y con él, el eco de que el trono se disputa.
EL REGRESO DEL TORO ÍNTEGRO CON ESCOLAR
Cuando Pamplona parecía sumida en el alborozo estético, llegó la corrida de José Escolar a recordar el porqué de esta feria: la emoción del toro con trapío, casta y verdad. La plaza volvió a rugir con miedo y admiración. Juan de Castilla, valiente y ambicioso, se jugó la vida con un tercero exigente, de embestida noble pero peligrosa, al que toreó en los medios de rodillas. La estocada fue épica tras una voltereta escalofriante. Oreja incontestable.
Con el sexto, un manso de libro, Castilla luchó a la contra y firmó una de esas faenas que el tiempo sabrá valorar mejor que el presente. Rafaelillo, eterno guerrero, también tocó pelo con una oreja ganada a sangre: una cogida brutal en el cuarto no le impidió volver a la cara del toro. Faena de héroe. Mientras, Fernando Robleño, en su adiós pamplonés, dibujó una tauromaquia clásica y sincera que habría merecido más si la espada hubiera querido.
LA PALMOSILLA, ENTRE EMOCIÓN Y ENTREGA
La corrida de La Palmosilla fue una montaña rusa que también dejó nombres para el recuerdo. Fortes se apuntó un doble trofeo con asentamiento y verdad; Ginés Marín brilló al natural, pero su espada le cerró la gloria. Y Fernando Adrián, que recibió una voltereta espeluznante, se ganó dos orejas y un lugar en el corazón de los tendidos. Porque en Pamplona, el valor se paga con pañuelos blancos. La estocada, desprendida, tuvo efecto fulminante, pero el toreo lo había hecho ya el cuerpo maltrecho del madrileño. Otra vez, emoción por encima de la estadística.
EL ARTE VENCIÓ A LA ESTADÍSTICA
Esta semana, San Fermín no fue solo fiesta. Fue un testamento de todo lo que el toreo puede ser: arte que conmueve, valor que sacude, estética que levanta pasiones. Morante demostró que el arte, cuando es verdad, también es del pueblo. Y Pamplona, siempre exigente, lo proclamó como su rey. No fue una semana más. Fue una declaración de principios. Aquí no manda la lógica. Manda el toreo.