13.06.2025 05:32 a.m.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez
El torero Ricardo Santana, tras semanas en estado crítico, protagoniza una asombrosa recuperación que desafía todo pronóstico médico. Hoy, su evolución clínica se interpreta como el fruto tangible de la disciplina estoica de un torero y la fe inquebrantable de quienes lo rodean.
Lenguazaque - Colombia. En el universo taurino, donde cada tarde en la plaza se mide con valor, arte y entrega, la historia de Ricardo Santana ha trascendido los linderos del ruedo para convertirse en un testimonio vivo de que los verdaderos milagros no sólo ocurren frente al toro, sino también en la batalla más íntima: la de la vida misma.
Tras semanas de incertidumbre médica y con el aliento sostenido por la plegaria colectiva de la afición, familiares y amigos, hoy su evolución clínica es, sin lugar a dudas, una lidia victoriosa frente a la adversidad. Internado en la Clínica Imbanaco, el matador ya ha salido de la unidad de cuidados intensivos y se encuentra en una habitación de hospital donde cada jornada trae avances significativos, casi poéticos, dignos del mejor pase de pecho que brinda la esperanza.
En los últimos catorce días, el cuerpo de Santana ha respondido con bravura. Como un toro bravo que se crece al castigo, su organismo ha empezado a recuperar terreno: se le retiró el tubo torácico, sus pulmones muestran clara mejoría, y lo que parecía una larga espera hoy se convierte en un proceso esperanzador. Incluso la oclusión en su traqueostomía, paso previo para desmontarla, ya ha comenzado a tolerarse. Y como si su espíritu reclamara volver a los terrenos de gloria, ha iniciado alimentación por vía oral con dieta blanda, signo inequívoco de un renacimiento físico.
El torero, como buen lidiador, no ha dejado que el dolor ni la inmovilidad le apaguen el temple. Las terapias físicas que adelanta con empeño son su nuevo albero, su nuevo campo de batalla, donde entrena cada músculo y cada gesto como si se preparara para una faena épica. Porque Santana no quiere sobrevivir: quiere regresar, quiere triunfar.
Aún hay heridas abiertas, como las úlceras derivadas de su prolongado encamamiento en Manizales, que hoy serán tratadas con lavados especializados. Pero el verdadero tratamiento ha sido otro: la inquebrantable fe de un hombre que se sabe guiado por una voluntad superior, y la férrea disciplina que aprendió desde que pisó su primera plaza.
Cada paso de esta recuperación ha sido acompañado por un clamor unísono en redes, en parroquias, en pensamientos silenciosos. Las oraciones han sido muleta y capote en esta faena contra la fragilidad, y cada mensaje de aliento ha sido como un pañuelo blanco ondeando en el tendido, pidiendo la oreja de la victoria.
El comunicado oficial no deja espacio a la duda: “Gracias a Dios ya falta poco para salir de todo este proceso. De la mano de Dios, todo seguirá muy bien.” Una frase que encierra el alma del toreo: fe, humildad, agradecimiento y esperanza.
Porque esta no es sólo la recuperación de un hombre. Es la resurrección de un guerrero, el milagro de un espíritu que se niega a ser derribado. La plaza de la vida ha sido testigo de una faena silenciosa y colosal, donde no hubo toro, pero sí sombra. No hubo espada, pero sí lucha. Y donde el aplauso más importante no lo dio el público, sino la divinidad.
¡Fuerza, Ricardo Santana! Porque la historia ya está escrita: los milagros existen… y visten de luces.