Ricardo Santana y Óscar Ritoré: El Último Quite

Ricardo Santana y Óscar Ritoré: El Último Quite

17.11.2025  01:03 p.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

En una conversación íntima y descarnada, el banderillero Ricardo Santana revive el percance que estuvo a punto de arrebatarle la vida en la plaza de Manizales. Guiado por la voz del entrevistador Óscar Ritoré, ambos reconstruyen un testimonio que trasciende la tauromaquia para convertirse en una lección de fe, resistencia y renacimiento dentro y fuera del ruedo.

Arbeláez - Colombia. La escena no ocurre en un callejón ni en la sombra de un burladero, pero el ambiente vibra con la misma tensión con la que se espera la salida de un toro bravo. Óscar Ritoré, entrevistador y aficionado congénito, abre plaza con una presentación que funciona como clarinazo: frente a él se sienta un hombre que, según todos los pronósticos, no debería estar vivo. Así inicia el pulso narrativo entre dos mundos: el del periodista que conoce la Fiesta desde la cuna y el del torero que ha regresado literalmente del borde de la muerte.

Ricardo Santana, banderillero de 25 años de oficio, escucha la bienvenida con una mezcla de serenidad y asombro. Apenas inicia la charla se advierte un detalle técnico que revela la magnitud del drama vivido: su voz, antes firme y proyectada como la de quien toda la vida ha mandado en el ruedo, ahora se quiebra y se atenúa por la lesión en una cuerda vocal tras meses de traqueostomía. Ese simple matiz vocal se convierte en símbolo de todo lo ocurrido.

EL PERCANCE: DOS SEGUNDOS QUE CAMBIARON UNA VIDA

Santana reconstruye el instante fatídico con precisión de lidiador. Explica que confió en que su toro, un ejemplar de la casa ganadera de Jorge Gutiérrez, estaba cortado. Dos segundos bastaron para que la tragedia irrumpiera: fue brutalmente estrellado contra el burladero, dejando su cuerpo roto y su destino en manos del azar, la medicina y la fe.

Óscar Ritoré, consciente de la crudeza del relato, administra la emoción como un director de lidia. Indaga, abre paso, permite la hondura. Ambos avanzan juntos en la narración como si estuvieran ejecutando un toreo al alimón verbal.

Ricardo describe el traslado a la enfermería, el dolor agónico y un gesto que retrata al torero antes que al paciente: “Doctor, por favor, no me vaya a echar tijera al vestido”. La liturgia del traje de luces sobrevive incluso cuando la vida pende del hilo más delgado.

COMA, INFECCIONES Y UN CUERPO ABIERTO: LA DIMENSIÓN DE UNA CORNADA INVISIBLE

El entrevistador introduce el parte médico con respeto casi ceremonial. Los doctores hablaron de episodios sucesivos “no sobrevivibles”. Se rompió el bazo. Aparecieron infecciones masivas, incluso en el corazón. El abdomen permaneció abierto durante mes y medio. Las complicaciones crecían como si el destino insistiera en empujar al torero hacia una cruceta definitiva.

Santana reconoce que, después de dos días consciente, se apagó por completo. Pasó a un coma del que despertaría meses más tarde, preguntando por la “segunda corrida”, creyendo que todavía estaba en feria. El desfase temporal, casi poético, ilustra la desconexión brutal entre su cuerpo moribundo y su mente still torera.

Óscar Ritoré no esquiva la verdad. Admite que expertos y miembros del cuerpo médico veían más “humano” que el torero no sobreviviera. El entrevistador se vuelve confesor y testigo, acompañando el derrumbe físico de su entrevistado con un tono que combina rigor taurino y piedad humana.

LA ESPOSA: EL MEJOR SUBALTERNO DE LA HISTORIA

Entre los dos protagonistas surge un tercer personaje fundamental: la esposa de Ricardo. En la conversación se la siente presente, fuerte, imprescindible. Ella sostuvo las oraciones, interpretó parpadeos cuando él era aún un cuerpo inmóvil, le escribió un abecedario para que pudiera comunicarse, y sobre todo, lo reprendió cuando él pidió rendirse.

El relato que ambos construyen convierte a la mujer en una auténtica cuadrilla de vida, un ángel de puerta de chiqueros que no permitió que el torero entregara la muleta ante el dolor.

LO ESPIRITUAL: UN QUITE DESDE EL CIELO

Ricardo narra una experiencia que trasciende lo terrenal: asegura haber visto la tumba abierta, haber sentido la muerte como destino inmediato y, en ese borde, haber sido rescatado por Jesucristo y el arcángel San Gabriel, quien, en una imagen poderosa y taurina, le entrega una espada y le ordena “pelea”.

Óscar Ritoré escucha sin ironía ni prisa. Entiende que en la vida de un torero lo metafísico y lo simbólico tienen la misma fuerza que un embroque ceñido. El entrevistador sabe que el mundo taurino está hecho de realidades y milagros, de carne y misterio.

LAS VOCES CONTRARIAS: EL JUICIO EXTERNO

En un momento clave, Ritoré exhala la pregunta que muchos harían: ¿no es acaso responsabilidad del propio torero haber entrado a una plaza? Santana lo reconoce sin esquivar: sí, lo sabía, y lo aceptó durante toda su carrera. La cornada, la cogida, la muerte misma forman parte del sagrado pacto con el toro.

Pero lo que ambos denuncian con firmeza es la crueldad de quienes celebraron su coma o su posible muerte en redes sociales. Óscar Ritoré da voz a esa indignación silenciosa que comparten muchos aficionados.

DEL RUEDO A LA FE: UN CAMBIO DE TERCIO DEFINITIVO

La entrevista avanza hacia un futuro que sorprende incluso a Óscar Ritoré: Ricardo quiere dedicarse por completo a servir a Dios, predicando y transmitiendo esperanza. No es una conversión repentina; asegura haber sido siempre cristiano. Pero ahora, dice, su misión es clara: contar su testimonio y ayudar a otros a luchar por sus metas.

Aun así, su vínculo con la tauromaquia no desaparece. Será aficionado, formador, y seguirá acompañando a los muchachos que hizo toreros. La profesión, lo reconoce, “es muy dura de dejar”.

Ritoré lo escucha con mezcla de emoción y orgullo. Sabe que Ricardo Santana es mucho más que un sobreviviente: es un referente para las nuevas generaciones y un recordatorio vivo del significado profundo de ser torero.

EL CUERPO COMO MAPA DE GUERRA

En un gesto íntimo, casi sacramental, Óscar Ritoré le pide al torero mostrar las cicatrices. Ricardo accede. En su torso hay unas treinta cirugías. Una en el corazón, otra en el abdomen, señales de un cuerpo que se rehízo como se rehacen los toreros grandes después de una tarde aciaga. Ritoré observa con reverencia: es un mapa de guerra, un tratado completo de anatomía y valentía.

EL FUTURO: LA COLETA AÚN ESPERA

Ricardo no se ha cortado la coleta. Lo hará, dice, en una ceremonia grande, como corresponde a los que se van por la puerta del reconocimiento. Óscar Ritoré imagina el momento: una plaza llena, una ovación de pie y la despedida simbólica de un hombre que sigue siendo torero aunque la vida lo haya cambiado de tercio.

UN CIERRE QUE ES UN BRINDIS POR LA VIDA

La entrevista termina con un abrazo verbal que sólo pueden darse dos personas unidas por la pasión taurina. Ritoré confiesa que no creía posible ese encuentro diez meses antes. Ricardo agradece. Ambos saben que este diálogo ha sido un indulto: un regalo del destino, una vuelta al ruedo en forma de verdad.

Ricardo Santana sigue vivo, dice Óscar Ritoré, y nos enseña que en el toreo, como en la existencia, no hay imposibles.

Aquí la entrevista completa:

  

 

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