Sanatorio: La Dignidad del Dolor

Sanatorio: La Dignidad del Dolor

14.07.2025  06:31 a.m.

Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez

Sergio Rollón y Rafaelillo permanecen en unidades de cuidados intensivos tras cornadas gravísimas que han puesto a prueba no solo su cuerpo, sino el alma misma de una profesión que vive en la delgada línea entre el arte y la muerte. Esta es una historia sobre las consecuencias de entregarse sin reservas a una vocación tan verdadera como peligrosa: el toreo.

Lenguazaque - Colombia. La Dignidad del Dolor: Las consecuencias de la entrega a una profesión de mucha verdad y enorme dignidad. El toreo no es un espectáculo. Es una entrega. No es un oficio. Es una manera de vivir, y de morir. La cornada no solo atraviesa músculos, nervios y arterias; atraviesa la esencia misma del ser humano que se ofrece en carne viva a la verdad desnuda de una embestida. Y esa entrega sin reservas, esa decisión sin marcha atrás, tiene consecuencias. Dolorosas. A veces, trágicas. Siempre dignas.

Este fin de semana, la tauromaquia volvió a cobrar su impuesto más sagrado: el precio de la autenticidad. Dos hombres, dos toreros, dos biografías escritas en sangre y silencio, siguen ingresados en las Unidades de Cuidados Intensivos de dos hospitales distintos, pero unidos por la misma vocación y la misma herida.

Sergio Rollón, joven novillero forjado en la cantera del valor puro, fue alcanzado de forma brutal por un novillo durante la final del Circuito de Novilladas de la Comunidad de Madrid en Valdetorres del Jarama. La cornada, certera y despiadada, penetró el triángulo de Scarpa con doble trayectoria: una lateral y otra inferior, afectando a la arteria y la vena femoral, una de las zonas más peligrosas para la vida de un torero. Lo salvó, de momento, la precisión quirúrgica y la velocidad del equipo médico del Hospital La Paz. Pero la lucha sigue. Su cuerpo permanece en estado crítico, observado minuto a minuto por los médicos; su pierna, inflamada y delicada, aún no encuentra explicación médica clara. Su alma, eso sí, intacta. Porque el alma de un torero no se hiere con una cornada: se templa.

Mientras tanto, en Pamplona, otro guerrero libra su propia batalla desde la cama de una UCI: Rafael Rubio "Rafaelillo". Un torero curtido en mil guerras, especialista en lidiar lo imposible, permanece hospitalizado tras sufrir fractura de ocho costillas, siete en el lado izquierdo, varias de ellas dobles, más un neumotórax que se resiste a remitir. El dolor físico es intenso. Pero la entereza moral, mayor.

Hoy, Rafaelillo celebra una fecha especial. Cada 14 de julio, desde 2019, honra su segundo nacimiento. Ese día, hace seis años, también en Pamplona, frente a un Miura, vio la muerte tan de cerca que desde entonces cada amanecer se le cuenta como un regalo. Y como si el destino quisiera subrayar esa conexión íntima entre el torero y la eternidad, este 14 de julio lo encuentra otra vez en una cama de hospital, otra vez en Pamplona, otra vez con el cuerpo roto y el espíritu intacto.

Ambos casos han sacudido con fuerza al mundo del toro. No solo por la gravedad de sus lesiones, sino por lo que representan: el recordatorio contundente de que el toreo no es una ficción. Es verdad. De la más descarnada. Es coraje. Del que no se compra ni se aprende: se lleva en la sangre.

Y esa entrega a una profesión donde cada tarde puede ser la última exige una templanza que pocas actividades humanas reclaman. Porque aquí no hay simulacro. Cada gesto tiene consecuencias. Aquí se entra sabiendo que el miedo es parte del sueldo, y el respeto se gana a cornadas.

Sergio Rollón, en plena ebullición de juventud, peleando por abrirse paso en un mundo que no perdona ni olvida. Rafaelillo, curtido por los años y por los toros más duros del campo bravo, demostrando que la experiencia no inmuniza contra el riesgo. Ambos encarnan el sacrificio sin alardes, la fe sin condiciones, y esa dignidad tan taurina que, aun en el dolor, no pide compasión: solo respeto.

Desde los burladeros del alma, miles de aficionados, compañeros de profesión y profesionales del mundo sanitario han volcado mensajes de ánimo. Pero más allá de los gestos y los titulares, el fondo es uno: el toreo no es para todos. Solo para quienes entienden que vivir de esta manera es pagar con el cuerpo una pasión que no se negocia.

En un tiempo en que el valor suele disfrazarse de espectáculo y el compromiso se diluye entre excusas, el ejemplo de Rollón y Rafaelillo es un aldabonazo ético. Una llamada a entender que hay hombres que aún deciden poner su vida al servicio de una verdad irreductible. Y que esa decisión, con todo lo que implica, no es locura: es dignidad. La más alta.

Hoy, mientras en las plazas se sigue toreando, en dos hospitales de España se libra otra faena. Silenciosa. Sin aplausos. Con el temple y la fe que solo tienen los que ya han entendido que el toreo, cuando es auténtico, no se abandona nunca. Aunque duela. Aunque sangre. Aunque mate.

Porque en esta profesión de mucha verdad, quien se entrega del todo no pierde nunca. Ni siquiera cuando cae.

  

 

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