05.05.2025 06:33 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Manuel Escribano firmó una de las actuaciones más emotivas y rotundas de la temporada sevillana, cortando dos orejas tras una faena cargada de raza, verdad y temple ante “Mosquetón”, el único toro bravo de una decepcionante corrida de Victorino Martín. Su entrega desde la portagayola hasta la estocada final hizo rugir a la Maestranza y reafirmó su condición de torero total para todo tipo de plazas y públicos.
Arbeláez - Colombia. Hay tardes en las que el toreo, sin maquillaje ni artificios, se impone con la desnudez cruda de la verdad. Tardes en las que la entrega no es una pose ni la decisión un adorno, sino un motor visceral que lleva al torero a cruzar el umbral del peligro, a enfrentarse al toro como si fuese la primera y la última vez. Así fue la tarde de Manuel Escribano en la Real Maestranza de Sevilla. Una entrega sin condiciones, una verdad sin disfraces. Y un rugido atronador de ¡Torero, torero! que lo confirmó todo.
En una corrida desigual y mayoritariamente deslucida de Victorino Martín, con más mansedumbre que casta, emergió la figura de Escribano como una llama que desafía el viento. El torero de Gerena, curtido en mil batallas, encontró su cima emocional y artística en el quinto toro de la tarde, “Mosquetón”, el único que se descolgó con bravura y que fue justamente premiado con la vuelta al ruedo. Pero esa vuelta fue también, en el fondo, la vuelta al ruedo de Manuel Escribano como candidato indiscutible a príncipe del toreo sevillano.
Desde la puerta de chiqueros, donde lo esperó a portagayola como quien se juega la vida con orgullo, hasta el último muletazo que selló una obra de riesgo y pureza, Escribano bordó una faena de entrega absoluta. El quite por verónicas con las manos del toro por delante fue de órdago, pero el tercio de banderillas alcanzó niveles volcánicos. En especial ese par al quiebro en tablas que hizo hervir la plaza.
El inicio de faena, por doblones, sirvió para medir la humillación y emoción de un toro que, por fin, rompía con el hierro de Victorino. La faena se cimentó en el sitio, sin concesiones, sin alardes. Muleta arrastrada, compás abierto y pecho ofrecido. Faena en el centro del ruedo, con hondura, sin perder pasos. Se sintió la embestida al ralentí. Toreo de verdad, de pecho descubierto y valor seco. Se vivió, se rugió y se premió: dos orejas para un hombre que, sin ser figura de aparato, está en la nómina de los imprescindibles por méritos ganados a golpe de sangre, de corazón y de verdad torera.
Ya había dejado alta nota con el segundo de la tarde, un toro de Victorino que se dejó hacer pero que exigía técnica y firmeza. Escribano tiró de ambas cualidades y firmó momentos de toreo al natural muy caro, especialmente en los terrenos de cercanías y en paralelo a las tablas. Un pinchazo lo dejó sin premio tangible, pero el público supo reconocer la dimensión de su entrega.
La tarde, además, tenía el valor sentimental del regreso de Daniel Luque, aún de luto tras la pérdida de su padre. Su primero fue un toro justo de raza, que terminó buscando las tablas, y al que Luque extrajo muletazos de mérito, especialmente al natural. La petición fue mínima, injusta. Hubo ovación, pero quedó la sensación de que Sevilla no fue justa con su paisano. Con el sexto, directamente, no tuvo opción. Toro manso, sin querer pelea. Luque, por tanto, sin posibilidad de brillar.
Y El Cid, de corinto y oro, volvió a la Maestranza con un vestido cargado de historia y emoción. Pero la corrida no le permitió lucimiento. Su primero fue manso desde que asomó la cara. El cuarto, algo más manejable, exigía pulseo y técnica quirúrgica, pero sin entrega por parte del toro, todo esfuerzo quedó en sombras. El Cid se topó con el silencio, aunque su sola presencia evocó nostalgias de tardes inolvidables.
Así las cosas, Manuel Escribano se alzó como el gran nombre de la tarde. Su actuación no sólo tuvo la rotundidad del triunfo con trofeos, sino que dejó un mensaje en el aire: el toreo de verdad no necesita etiquetas ni adornos. Solo verdad, entrega y decisión. Eso fue lo que mostró en Sevilla. Por eso la plaza rugió. Por eso la afición sevillana lo reconoce como torero suyo. Porque cuando Escribano pisa la arena, Sevilla se pone de pie.
Y ese rugido, que nace desde el alma del tendido, no se regala. Se gana. Con valor. Con entrega. Con decisión. Con toreo. Con verdad.
Ficha del Festejo
Sábado 03 de mayo, 2025 - Real Maestranza de Caballería de Sevilla - Séptima del abono sevillano - Feria de Abril - Se lidiaron toros de Victorino Martín, bien armados y serios por delante, pero de conjunto irregulares en sus volúmenes y tipologías. Destacó con nitidez el quinto, ‘Mosquetón’, bajo de agujas, de cuello largo y gacho de pitones, que rompió en bravo y fue justamente premiado con la vuelta al ruedo. El segundo, áspero de inicio, terminó sacando fondo tras la firme y templada propuesta de Manuel Escribano. El resto del encierro acusó mansedumbre desde los primeros tercios, marcando querencias y sin entregarse en el caballo; en la muleta, mostraron distinta gradación de rajado, sin llegar a refugiarse por completo en tablas, pero sin raza ni empuje claro para la pelea. Manuel Jesús "El Cid": Silencio y Silencio tras aviso. Manuel Escribano: Ovación tras aviso y Dos orejas tras aviso. Daniel Luque: Ovación y Silencio. Lleno de "No hay billetes".