
25.10.2025 07:49 a.m.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez
Latacunga vivió una tarde de toros vibrante y reveladora: Alejandro Talavante volvió a mostrar su genialidad con el indulto de “Osito”, un toro de Huagrahuasi que quedará en la memoria ecuatoriana, mientras Olga Casado, joven novillera española, se consagró con una actuación rotunda y doble trofeo en su debut. Ambos, protagonistas de una tarde de inspiración y temple, ahora ponen rumbo a Colombia, donde se espera su desembarco con expectación y esperanza en una temporada que promete emociones mayores.
Lenguazaque - Colombia. La feria de Latacunga abrió sus puertas al alma del toreo este viernes, en una tarde que no solo marcó el inicio de la temporada ecuatoriana, sino también el comienzo de una nueva travesía para dos nombres que, cada uno a su modo, encarnan el presente y el futuro del toreo español: Alejandro Talavante y Olga Casado.
Bajo el cielo claro de la serranía ecuatoriana, la plaza respiraba expectación y respeto. El hierro de Huagrahuasi, orgullo ganadero del país, volvió a dejar claro su linaje bravo, presentando una corrida de gran fondo y nobleza, con toros que exigieron y respondieron al arte de los toreros. Entre ellos, “Osito”, el cuarto de la tarde, se erigió como un toro de leyenda, y su destino, la libertad del indulto, selló una página dorada en los anales de la ganadería.
Alejandro Talavante, el extremeño de alma inquieta y muleta mágica, volvió a recordar por qué su nombre es sinónimo de arte y profundidad. Abrió plaza con un toro noble al que entendió desde el primer lance, hilvanando una faena de cadencia y suavidad, tejida con el hilo invisible del temple. Cuando la espada tardó en hacer su efecto, la oreja se escapó entre los olés de un público que reconocía la hondura de lo visto.
Pero el clímax llegó con el cuarto, “Osito”, un ejemplar con bravura sostenida, embestida larga y humilladora. Talavante lo saludó con faroles a pies juntos, imponente, y desde allí la plaza se llenó de aroma a faena grande. Los muletazos surgieron con una pureza inusual: naturales hondos, rematados atrás, toreando en redondo, muy reunido, con ese desmayo característico que detiene el tiempo. Fue una faena que no buscó el efectismo, sino la verdad. Cuando el público, rendido, pidió el indulto, Talavante miró al palco y sonrió: el arte había triunfado. Dos orejas y rabo simbólicos, y la salida a hombros como tributo a su inspiración.
A su lado, Juan Ortega, el sevillano del gusto clásico, dibujó también momentos de alto vuelo. Toreó al natural con la cintura y el alma, con ese compás sevillano que ennoblece el pase. Su toreo fue un canto a la pureza, pero la espada, ese verdugo de tantas glorias, le negó el premio. Aun así, su torería quedó grabada en los tendidos con la impronta de los elegidos.
Y entonces llegó ella. Olga Casado, una novillera de mirada firme y muñeca flexible, debutaba en una tarde que podía haberla sobrepasado, pero que terminó revelando su temple de figura en ciernes. Con su primer novillo, noble y enclasado, mostró decisión y un concepto claro: el toreo se dice despacio. Ligó tandas por ambos pitones, con especial lucimiento al natural, y tras una estocada efectiva cortó una oreja.
En su segundo, se desató el vendaval. Inició la faena de rodillas, con valor sereno y mando. Toreó con ritmo, con hondura, con esa serenidad que diferencia a las toreras que quieren ser historia de las que solo quieren pasar. Mató de estocada entera y cortó dos orejas rotundas. El público la ovacionó como a una veterana. Fue el nacimiento simbólico de una nueva figura.
Cuando Talavante y Casado salieron a hombros por la puerta grande de Latacunga, no solo lo hacían por los trofeos ganados, sino por algo más trascendente: por haber sembrado ilusión, por haber recordado que el toreo, cuando se hace con verdad, no conoce fronteras.
Ahora, los dos nombres que iluminaron la feria ecuatoriana ponen rumbo a Colombia, donde el arte del extremeño y la frescura de la novillera madrileña prometen encender las ferias de Cali, Manizales y Medellín. El público colombiano, que siempre ha tenido sensibilidad para reconocer la autenticidad, aguarda con entusiasmo.
Talavante llega en plenitud artística, dueño de un concepto personal, profundo y arriesgado. Su regreso a tierras americanas coincide con un momento de madurez absoluta, en el que cada muletazo parece surgir más del alma que del cuerpo. En Colombia se espera verlo frente a hierros de primera línea, donde su muleta puede escribir nuevas páginas de inspiración.
Olga Casado, por su parte, representa el futuro inmediato del toreo femenino. Su paso por Latacunga la ha puesto en el mapa de la afición continental. Su temple, su colocación y su valor sereno hablan de una torera que no busca ser distinta por género, sino por verdad. Colombia será su siguiente desafío, su confirmación ante un público exigente y entendido.
Latacunga fue, pues, el prólogo de algo más grande. El indulto de “Osito” y la revelación de Casado marcaron una jornada que trasciende lo local. El toreo, ese arte eterno de valor y belleza, encontró en Ecuador una expresión auténtica de su universalidad.
Y mientras los ecos de la ovación aún resuenan en los tendidos andinos, el Atlántico se prepara para recibirlos. Talavante y Casado vienen a Colombia, y con ellos viaja la promesa de tardes grandes, de arte y emoción. Porque cuando la verdad del toreo se enciende, no hay distancia que la apague.







