21.08.2025 09:38 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
El toro Tapabocas, de la ganadería cordobesa de La Quinta, pasó a la historia al ser indultado en la plaza de toros de Vista Alegre en Bilbao, convirtiéndose en el primero en recibir ese privilegio en este coso y apenas el segundo en todo el País Vasco. Su bravura, clase y entrega en la muleta de Borja Jiménez marcaron una tarde que quedará grabada en la memoria taurina.
Arbeláez - Colombia. Bilbao amaneció como un día cualquiera, pero el ruedo de Vista Alegre estaba destinado a escribir una página de oro en la historia de la tauromaquia. Allí emergió la figura de Tapabocas, un toro cárdeno de La Quinta, bragado, jirón, calcetero y caribello, que con 515 kilos de peso no solo llenó la plaza de presencia, sino que rebosó de emoción cada instante de su lidia.
Lo que en principio se presumía como otra tarde discreta de feria, marcada por toros de desigual fondo y rejones que sangraron en exceso, dio un vuelco con la salida del sexto. Tapabocas irrumpió en la arena con la seriedad propia del encaste Santacoloma, humillando con nobleza desde su encuentro con el peto. En apenas dos puyazos medidos dejó ver que traía dentro una bravura templada, de las que hacen soñar a toreros y aficionados.
En su turno, Emilio de Justo lo probó con chicuelinas que dibujaron el compás clásico de la tauromaquia. Pero fue Borja Jiménez, con ceniza y oro, quien decidió jugarse el todo por el todo: lo citó de largo en los medios, sin tanteos, como quien reconoce en el animal una joya que exige pureza desde el inicio.
La respuesta del toro fue un galope rítmico, largo y repetido, de esos que parecen no agotarse. Con seis tandas a derechas y apenas dos con la zurda, Jiménez toreó acompasando, dejando que el toro se expresara en toda su dimensión. La ligazón no fue siempre perfecta, pues a veces sobró muñeca ligera y algún pase salió redondeado en exceso, pero el protagonismo absoluto lo puso el astado, con su entrega, su dulzura y esa nobleza encastada que levantó a los tendidos en varias ocasiones.
EL RUGIDO DEL PÚBLICO Y EL GESTO PRESIDENCIAL
A medida que la faena se asentaba, el clamor de los tendidos creció. Bilbao pedía justicia: un toro así no podía morir en la arena. Comenzaron las voces de indulto, primero tímidas, después atronadoras. Jiménez siguió toreando mientras el presidente dudaba, pero el público ya había dictado sentencia. Tapabocas, aunque empezaba a distraerse en los finales y levantar más la cara, había dado todo lo que se le podía pedir a un bravo.
Y entonces llegó la señal: el pañuelo verde ondeó en el palco. El indulto se consumaba, haciendo historia. Bilbao veía, por primera vez en su historia, perdonar la vida a un toro, y lo hacía con un ejemplar que simbolizaba la pureza del encaste y la grandeza del rito.
Borja Jiménez, emocionado, recibió dos orejas simbólicas que no paseó, prefiriendo dar protagonismo a los ganaderos de La Quinta, que se unieron a la vuelta al ruedo. Poco después, el sevillano salió a hombros por la Puerta Grande, consagrado en el norte como el torero del momento.
UNA FECHA GRABADA EN HIERRO Y MEMORIA
No fue una tarde fácil. Los otros toros de la corrida, tanto los de La Quinta como los murubes de Fermín Bohórquez, apenas dejaron poso, y la actuación de Guillermo Hermoso de Mendoza se quedó en correcto, con apenas una oreja benévola. Incluso Emilio de Justo, siempre artista, no encontró materia prima en sus lotes.
Pero todo eso quedó en un segundo plano. Porque lo verdaderamente grande, lo irrepetible, fue el indulto de Tapabocas: un toro que mostró clase desde que pisó la arena, que embistió con largura, humillación y entrega, y que logró fundir al público en un clamor de respeto y admiración.
No se trató solo de la bravura, sino de la conjunción de factores: la casta del toro, el temple del torero, la emoción del público y la valentía de un palco presidencial que comprendió la magnitud del momento.
EPÍLOGO DE GLORIA
El toro Tapabocas, que regresa vivo a su finca cordobesa, no es ya solo un número en una camada, sino un símbolo. Su nombre, tan cargado de recuerdos oscuros en la historia taurina, se resignifica en Bilbao como emblema de esperanza y grandeza. Desde hoy, será recordado como el primer toro indultado en Vista Alegre, el que convirtió una tarde gris en leyenda, el que escribió con bravura y nobleza una eternidad.
Y en la memoria colectiva quedará la imagen de ese toro galopando con clase, de un torero entregado al compás de su bravura y de una plaza entera rindiéndose a la grandeza del rito. El gran Tapabocas ya es eterno.