Ubaté (C/marca): Pasión sin Trofeos en Cucaranga

Ubaté (C/marca): Pasión sin Trofeos en Cucaranga

27.07.2025  02:33 p.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

El IV Festival Taurino en Ubaté reunió una multitud entusiasta en la Plaza de Toros Cucaranga, con una tarde espléndida, buena técnica en el ruedo, pero sin trofeos, debido a la mansedumbre de los novillos y los fallos con la espada de los actuantes.

Arbeláez - Colombia. En una tarde luminosa, de cielo despejado y con el eco de los olés aún resonando en las montañas del Valle de Ubaté, se celebró con notable éxito el IV Festival Taurino en la tradicional Plaza de Toros Cucaranga, propiedad del Ingeniero Mariano Pinilla. A pesar de las adversidades en el ruedo, la verdadera protagonista fue la afición, que acudió en masa desde distintos rincones del país para reafirmar que la llama del toreo sigue viva en el corazón de Colombia.

El ambiente fue vibrante desde primeras horas de la tarde. Las gradas repletas, sin un solo espacio vacío, daban cuenta de una convocatoria que superó todas las expectativas. Aficionados venidos de Bogotá, Boyacá, Santander, e incluso del Eje Cafetero, se congregaron con fervor. Algunas peñas taurinas capitalinas hicieron presencia, aportando color y emoción con sus cánticos y pañuelos al aire.

LA ESPERANZA EN LAS MULETAS Y EL SILENCIO TRAS LA ESPADA

En el cartel figuraban nombres de valía y proyección: los matadores Francisco Reyes, el veterano espada ecuatoriano de toreo ortodoxo y elegante; y el colombiano Manuel Libardo, siempre entregado y fiel a su concepto clásico. Los novilleros Luis Miguel Ramírez y Anderson Sánchez aportaron juventud y ganas, mientras que el becerrista Jarol Sánchez sorprendió por su desparpajo y temple en la lidia menor. No actuó el novillero Eduardo Contreras, cuya ausencia no fue explicada oficialmente, dejando un vacío entre los presentes que esperaban verlo.

La materia prima, sin embargo, no acompañó. Se lidiaron novillos procedentes de las ganaderías El Eslabón, Altagracia, Mondoñedo y Vistahermosa, de presentación desigual y juego muy limitado. Predominó la mansedumbre, el desinterés por los engaños y la falta de transmisión. Los ejemplares, más preocupados por huir que por embestir, obligaron a los actuantes a multiplicar esfuerzos y mostrar una tauromaquia pulcra y de técnica depurada.

Cada faena fue un ejercicio de temple y conocimiento. Las muñecas de Reyes y Libardo trataron de alargar los muletazos a base de técnica y colocación. Ramírez y Sánchez, con más ímpetu que experiencia, dejaron destellos de buen toreo, mientras que el jovencísimo Jarol se ganó un respeto unánime por su valor frente al becerro, con naturales que hicieron brotar aplausos sinceros.

Pero cuando los pañuelos asomaban tímidamente en los tendidos y el triunfo parecía inminente, llegó la otra cara de la moneda: los fallos reiterados con los aceros. La espada, herramienta definitiva, se convirtió en verdugo de las aspiraciones. Pinchazos, bajonazos y descabellos reiterados arruinaron lo que podrían haber sido faenas premiadas. Así, la tarde, que prometía orejas y vuelta al ruedo, se tornó en una sucesión de silencios tras avisos y saludos desde el tercio.

UNA AFICIÓN DE PRIMERA, CON O SIN TROFEOS

No obstante, lo más impactante fue la entrega del público. Sin presidente que rigiera el curso de los trofeos (por decirlo de alguna manera, donde no hubo trofeos), fue la voz del pueblo la que marcó el pulso del festejo. Ovaciones sinceras, respeto durante la lidia y una crítica constructiva tras cada actuación. El público reconoció el esfuerzo de los toreros, incluso sin cortar orejas. Porque lo que se vivió en Ubaté no fue solo un festival taurino, fue un acto de fe por la tauromaquia.

La Plaza Cucaranga se llenó no solo de personas, sino de pasión, de respeto por el arte del toreo, y de una convicción compartida: que la fiesta sigue viva en los pueblos, que aún hay juventud con vocación, y que mientras haya afición, habrá toreo.

El IV Festival Taurino de Ubaté pasará a la historia no por su marcador de trofeos, sino por la autenticidad de sus protagonistas, el empeño por superar los obstáculos y el calor de una plaza que vibró con cada pase, a pesar del viento frío que soplaba desde las faldas del páramo.

Sin grandes puertas abiertas, pero con el alma taurina ensanchada, Ubaté firmó una tarde para el recuerdo. Y aunque la espada negó las orejas, el arte y la afición dejaron claro que el toreo, en Colombia, sigue respirando con fuerza.

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