Úbeda: La Conjunción Casi a la Perfección

Úbeda: La Conjunción Casi a la Perfección

04.10.2025  02:02 p.m

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

Una tarde de emociones y contrastes en la feria taurina de Úbeda 2025 dejó la sensación de haber rozado la perfección. Tres estilos, tres conceptos y dos hierros se fundieron en una sinfonía casi completa, donde el arte, el valor y la técnica se dieron cita bajo el sol andaluz. Morante, Ortega y Marco Pérez escribieron, cada uno a su manera, un capítulo distinto de una corrida que, pese a sus altibajos, quedará en la memoria por su conjunción casi perfecta entre toros y toreros.

Arbeláez - Colombia. La plaza de Úbeda rebosaba de expectación. El cartel lo justificaba: Morante de la Puebla, Juan Ortega y Marco Pérez, tres toreros que representan tres formas distintas de entender el toreo, unidos bajo la promesa de una tarde grande. Las divisas de Juan Pedro Domecq y Jandilla completaban el atractivo de un festejo que agotó las localidades días antes. Desde el paseíllo, solemne y respetuoso, acompañado del Himno Nacional tras un minuto de silencio, se respiraba ambiente de acontecimiento.

El reloj marcó la hora exacta y el primer toro de Domecq asomó por chiqueros con una embestida medida, a media altura, que encontró en Morante de la Puebla la seda y la inspiración de un artista. Toreó a la verónica con la cadencia de los elegidos, templando, embarcando y rematando con el vuelo de un capote que parecía flotar. La faena tuvo estructura, hondura y ese perfume que solo el sevillano sabe impregnar. Por la derecha, el toreo fue de cante grande. Pero la emoción se tornó sobresalto cuando el toro se coló por el natural y lo volteó con violencia. Lejos de arredrarse, Morante se rehízo y volvió a dominar los terrenos. La estocada fue certera, y las dos orejas premiaron una labor que recordaba a sus tardes de plenitud.

El segundo toro, de Jandilla, sacó bravura y raza por el pitón derecho. Juan Ortega le dio el sitio justo, lo pulseó con un capote de seda y lo templó en redondo, dejando verónicas de museo. Ya con la muleta, el sevillano construyó una faena de trazo largo, pausado, cuidando la distancia, sin violentar al toro. Toreó con la pureza del clasicismo, sin aditamentos, basando su faena en la naturalidad y la limpieza. Por el izquierdo el toro protestó, pero Ortega, fiel a su concepto, no forzó la embestida. La estocada cayó en su sitio y el doble trofeo fue justo premio a una faena de “toreo caro”, como dirían los buenos aficionados.

El tercero, otro de Jandilla, trajo el delirio. Marco Pérez, el joven salmantino, recibió al toro de rodillas con una larga cambiada a la verónica que estremeció a los tendidos. Luego un quite por chicuelinas vibrantes y ajustadas. Con la muleta, Marco se creció en la arena: mano baja, planta firme, cargando la suerte con torería. Toreó por el derecho con largura y sometimiento, y por el izquierdo con valor y temple, aunque el toro se quedaba corto. Fue una faena de entrega, emoción y oficio, rubricada con una estocada que hizo rodar al toro sin puntilla. La plaza fue un clamor. Dos orejas y rabo que consagraron al joven como el futuro inmediato del toreo.

La conjunción se empezaba a vislumbrar. Tres toreros, tres estilos, y tres éxitos rotundos. El público ya intuía que la tarde podía ser histórica.

El cuarto toro, otro Jandilla de buena condición, fue el escenario donde Morante volvió a escribir con tinta de arte. Lo entendió desde el principio: toro noble, largo en la embestida y con un pitón izquierdo de escándalo. Allí se vació el de La Puebla, ligando naturales con la cintura rota y los pies juntos, siempre por abajo, rematando detrás de la cadera, con esa ortodoxia antigua que se convierte en belleza eterna. Pinchazo previo y luego una estocada definitiva. Una oreja y una ovación cerrada que supieron a triunfo mayor.

El quinto, de Juan Pedro Domecq, tuvo un buen son inicial, pero se defendía al final de cada muletazo. Juan Ortega firmó un inicio de faena espléndido, con doblones y pases de las flores de rodillas que recordaron al mejor toreo sevillano. Sin embargo, el toro, con embestida desigual, no permitió la ligazón. Ortega lo intentó todo, alternando pitones, buscando el acople imposible. La media estocada y el descabello cerraron la labor con una ovación más de reconocimiento que de euforia.

Y llegó el sexto, un toro incierto, sin fijeza ni entrega, de comportamiento irregular. Marco Pérez, pese a ello, quiso cerrar la tarde a lo grande. Hizo un quite por navarras que levantó murmullos de admiración, y en la faena de muleta, pese a la condición del toro, sacó muletazos de mérito cuando se cruzó con decisión y pisó los terrenos de riesgo. Toreó con temple y serenidad, sin concesiones, demostrando madurez impropia de su juventud. Pero la espada, esta vez, le jugó una mala pasada. Falló al primer intento y se eternizó con el descabello. Dos avisos y el silencio que sigue a las grandes decepciones.

Y, sin embargo, lo que quedó en el ambiente no fue la sensación amarga del cierre, sino el eco de una tarde que rozó la conjunción casi a la perfección.

Porque hubo arte con Morante, pureza con Ortega y valor con Marco. Hubo bravura, nobleza y emoción en los toros de dos ganaderías legendarias. Hubo temple, lentitud y clasicismo. Hubo juventud y madurez compartiendo la misma arena. Y aunque el sexto toro no acompañó, la corrida fue un compendio de lo que el toreo puede ofrecer cuando se unen las voluntades y el arte se impone al tiempo.

La plaza se vació lentamente, con el sol ocultándose tras los cerros de Jaén. En el aire quedó flotando la certeza de haber asistido a una tarde que, sin ser perfecta, rozó la perfección, esa utopía que solo el toreo, en su misterio y grandeza, puede alcanzar.

  

 

Contacto

En el Callejón
Finca Buenos Aires
Vereda San Miguel Bajo
Arbeláez - Colombia

(057) 311 5129275

© 2025 Todos los derechos reservados.

Creado con Webnode