10.06.2025 01:18 a.m.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Diego Ventura firmó una de las actuaciones más profundas y conmovedoras de su carrera en el Coliseo de Nimes, donde su rejoneo alcanzó cotas de arte absoluto. Cortó cinco orejas y un rabo en una mañana de entrega, clasicismo, doma perfecta y explosión emocional, dejando una huella imborrable en la historia del toreo a caballo.
Arbeláez - Colombia. El Coliseo romano fue testigo de un nuevo capítulo dorado en la historia del rejoneo. Y no uno cualquiera. Este lunes 9 de junio, Diego Ventura desbordó la técnica, la inspiración y el arte en una mañana apoteósica de la Feria de Pentecostés. Fue un ejercicio de profundidad interpretativa que traspasó el marco de lo meramente triunfal: cinco orejas y un rabo, sí, pero también una obra cumbre que pasará al archivo de la tauromaquia por la hondura y autenticidad que desplegó el centauro sevillano.
El mano a mano con Lea Vicens ya generaba expectativas desbordadas, pero lo acontecido superó toda lógica. Fue un festejo grande de principio a fin, con una corrida del hierro de Fermín Bohórquez bien presentada y de juego colaborador, pero con un protagonista que cabalgó por encima de todo: un Diego Ventura absolutamente colosal.
Desde el primer toro, Ventura demostró que venía a dejar huella. A lomos de caballos que son ya extensión de su propio cuerpo, bordó el rejoneo frente a un ejemplar noble, templado, que permitió al sevillano expresarse con gusto y medir tiempos con precisión quirúrgica. El rejón de muerte, certero y limpio, puso la primera oreja en su esportón.
Pero la sinfonía apenas empezaba. En el tercero del festejo, el público descubrió el alma del rejoneo moderno elevado a categoría de arte total. Sobre ‘Lío’, Ventura cuajó un tercio de banderillas antológico, quebrando en los medios con marcha atrás, midiendo terrenos imposibles. El éxtasis se desató con ‘Bronce’, sin cabezal, en una danza de riesgo, belleza y dominio absoluto. Fue una exhibición de doma racional con alma flamenca. El rejón de muerte, una rúbrica perfecta. Dos orejas y salida al tercio entre clamor.
Sin embargo, lo mejor estaba por venir. Porque cuando Diego Ventura quiere superar a Ventura, lo consigue. El último de su lote fue una apoteosis. Desde el rejón de castigo con ‘Oro Negro’, pasando por la ligazón y elegancia de ‘Quitasueño’, hasta los quiebros cerradísimos y milimétricos con ‘Guadiana’, todo fue armonía, entrega y compenetración suprema. Ventura toreó con la grupa, toreó con el pecho, toreó con la mirada. Se entregó entero y recogió la máxima recompensa: dos orejas y rabo, con el Coliseo convertido en templo de la emoción.
Frente a este vendaval artístico, Lea Vicens supo mantenerse en el nivel de la exigencia. Aunque su primero se le fue sin premio por fallar con el rejón de muerte, sí dejó detalles técnicos destacables, sobre todo con ‘Pantera’. En el cuarto se rehízo con fuerza, montando a ‘Joker’ y, sobre todo, a su caballo estrella ‘Bético’, con quien logró levantar a los tendidos y cortar dos orejas merecidas. Cerró su participación con una faena de temple y expresión sobre ‘Diluvio’, aunque un fallo al descabellar la privó de trofeos mayores; aun así, paseó una oreja.
Lo de Nimes 2025 no fue simplemente una gran mañana de toros. Fue una lección magistral de profundidad interpretativa en el rejoneo. Diego Ventura no solo dominó técnicamente, no solo arrasó en los trofeos. Ventura transmitió verdad, esa cualidad intangible que transforma el arte ecuestre en arte trascendente. Porque en Nimes no ganó un rejoneador, triunfó un torero total que esculpe faenas con la doma, el riesgo y la inspiración de los elegidos. Y en su mirada, en cada quiebro, en cada batida, se sintió el pulso eterno del toreo a caballo.
Diego Ventura ha dejado escrito en el Coliseo de Nimes que cuando se torea desde el alma, el tiempo se detiene y el público, simplemente, se rinde.
