Zafra: La Tarde de los Sueños Cumplidos

Zafra: La Tarde de los Sueños Cumplidos

05.10.2025  04:04 p.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

La Feria de San Miguel en Zafra cerró con una corrida de las que se escriben en mayúsculas. Morante de la Puebla y José Garrido salieron en hombros tras una tarde plena de arte, temple y raza, mientras Juan Ortega dejó pinceladas de torería pura que rozaron la Puerta Grande. Un cartel de inspiración, un público entregado y una ganadería portuguesa que dio juego variado en un cierre que quedará en la memoria de los buenos aficionados.

Arbeláez - Colombia. La Feria de San Miguel de Zafra bajó el telón con una corrida que recordó por momentos los viejos tiempos del toreo de inspiración, ese que se vive con el alma y se cuenta con emoción contenida. En el cartel, tres nombres que prometían un festín de arte: Morante de la Puebla, Juan Ortega y José Garrido, este último en sustitución de Emilio de Justo, que no pudo comparecer. El coso pacense, lleno hasta la bandera, olía a expectación grande. Se notaba en el aire esa electricidad que solo provocan las tardes en las que el arte y el valor se dan cita en el ruedo.

Y así fue. Morante de la Puebla, el genio sevillano, rompió la tarde desde su primer lance al capote. Un ramillete de verónicas de las que detienen el tiempo, acompañadas por chicuelinas que llevaron al toro al tercio con una naturalidad que parecía de otro siglo. La plaza, rendida. Con la muleta, el maestro de La Puebla tejió una faena de hondura, de ritmo lento y cadencia eterna. Toreó con la diestra largo y templado, y al natural derramó clase y sentimiento. Remató con una estocada en todo lo alto. Dos orejas rotundas y una ovación que se convirtió en clamor. El toreo en su estado más puro.

El cuarto de la tarde, sin embargo, no permitió a Morante desplegar todo su repertorio capotero. El de Calejo Pires pedía firmeza y mando, y el sevillano, fiel a su intuición, lo fue consintiendo por abajo, con ayudados medidos y naturales de trazo largo. No fue la explosión del primero, pero sí una faena sobria, con aroma de torero viejo y serenidad de artista completo. La ovación, merecida, fue un homenaje a su inteligencia torera.

El turno de José Garrido llegó con el tercero, y el extremeño no vino a cumplir expediente. Venía a justificar su sitio en el cartel y, sobre todo, a dejar claro que Zafra también tiene torero. Desde el saludo capotero dejó claras sus intenciones: verónicas templadas y ajustadas, con sabor local. El toro, noble por el derecho, le permitió construir una faena de raza y entrega, con muletazos largos y asentados. Una estocada tendida y la rotundidad del conjunto le valieron dos orejas que lo lanzaron al corazón de su gente.

Y aún quedaba el sexto, el cierre de feria. Garrido volvió a gustarse con el capote, componiendo con las manos bajas unas chicuelinas que encandilaron los tendidos. Se sentó en el estribo para comenzar su faena de muleta, dominando con la diestra y entregándose sin reservas. Toreó con emoción, con alma, con ese punto de verdad que distingue a los toreros llamados a más. Pinchó una vez, pero el público supo reconocer el conjunto de su actuación. Otra oreja y la puerta grande asegurada.

Juan Ortega, el torero de la pureza, tejió el toreo más clásico de la tarde. Con el segundo, ofreció una lección de estética y compás. Dos faroles de rodillas abrieron su saludo, seguidos de verónicas que olieron a azahar y a Sevilla antigua. El toro buscó las tablas, pero Ortega, con serenidad y colocación, fue arrancándole muletazos de una belleza sin aspavientos. La espada, sin embargo, le privó de trofeos. La ovación fue tan sentida como su faena.

En el quinto, Ortega volvió a brillar. Su faena fue una sinfonía de suavidad, temple y verdad. Los ayudados por alto del inicio marcaron el tono: elegante y pausado. Toreó con la colocación perfecta, suavizando los defectos del toro, que tendía a soltar la cara. Al final, una estocada certera y una oreja que supo a poco. El público sabía que había estado cerca de algo grande, de esos momentos que se quedan grabados en la retina del aficionado.

El ambiente en los tendidos fue de comunión total con la terna. Zafra, que siempre ha tenido alma torera, despidió la feria con el corazón lleno. La ganadería portuguesa de Calejo Pires ofreció un encierro variado, con toros bien presentados y posibilidades para el lucimiento. Se guardó, además, un minuto de silencio en memoria de Guillermo Fernández Vara, ex presidente de la Junta de Extremadura, fallecido ese mismo día, gesto que envolvió la tarde en una atmósfera de respeto y emoción.

Cuando el sol caía sobre los tendidos, Morante y Garrido salían en hombros, envueltos en una ovación que parecía no tener fin. Juan Ortega, a pie, caminaba entre los aplausos, sabiendo que su toreo había tocado fibras profundas. La Feria de San Miguel se despedía así, con el eco de los olés aún, vibrando en las paredes del coso, con la sensación de que en Zafra, una vez más, el arte había encontrado su templo.

Porque hay tardes que no se cuentan, se sienten. Y la del 5 de octubre de 2025 en Zafra fue una de ellas: una cita con el duende, con la verdad del toreo, con el sueño eterno de todo aficionado.

  

 

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