Zaragoza se Rinde a su Torero

Zaragoza se Rinde a su Torero

10.10.2025  04:33 a.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

En una tarde que unió la elegancia del temple francés con el coraje aragonés, Sebastián Castella y Aarón Palacio ofrecieron en La Misericordia un mano a mano de alto voltaje. Castella rubricó una actuación de maestro con el quinto de Garcigrande, mientras que Aarón Palacio, con raza, verdad y corazón, se consagró como el torero de Zaragoza ante su gente.

Manizales - Colombia. La Misericordia rugía desde temprano. Había un aire distinto, ese que solo se respira cuando el cartel promete algo más que una tarde de toros: una cita con la historia. Sebastián Castella, el torero del temple infinito, y Aarón Palacio, el joven que lleva a Zaragoza en la sangre, se miraban a los ojos en el paseíllo. Al son solemne del Himno Nacional de España, la plaza, casi llena, se estremeció. No era un festejo más de la Feria del Pilar: era el mano a mano de Zaragoza y su torero.

EL PRÓLOGO FRANCÉS: TEMPLE Y PRECISIÓN

El primero de la tarde, de Hermanos García Jiménez, mostró hechuras serias y buen son. Castella lo saludó a la verónica con el empaque de los toreros grandes, templando cada lance con muñeca de seda. Aarón Palacio, expectante, intervino por chicuelinas con sabor a juventud y raza. Se barruntaba faena grande, pero el toro, castigado de más, se vino abajo. El francés, fiel a su concepto, exprimió las últimas embestidas con una faena de cercanías, más de corazón que de lucimiento. El acero le negó el premio y el silencio fue la respuesta de los tendidos.

El tercero, un Domingo Hernández enjuto y poco agradecido, tampoco ayudó. Sin entrega ni ritmo, exigió al máximo al torero de Béziers, que respondió con firmeza y hondura. La estocada, en el centro del ruedo, fue un cañonazo. Una oreja justa, pero trabajada a conciencia.

Y entonces llegó el quinto, un Garcigrande de ensueño, toro de clase y nobleza, con ese aire de seda que solo dan las embestidas de raza y temple. Castella lo entendió desde la primera verónica, y la plaza enmudeció ante tanto pulso. La faena fue un recital de suavidad, ligazón y compás. Toreó por abajo, acariciando la embestida con ambas manos, componiendo un cuadro de arte mayor. Cada muletazo fue un suspiro, cada tanda, un eco de los grandes tiempos. La estocada fue rotunda. Dos orejas unánimes. El público de Zaragoza se rindió al maestro francés.

EL DESPERTAR DE ZARAGOZA: LA RAZA HECHA TORERO

Pero el público tenía su corazón puesto en el suyo, Aarón Palacio, y el joven no defraudó. El segundo de la tarde, de Domingo Hernández, fue un toro manso y descompuesto, que protestaba en cada embestida. Aun así, Palacio lo recibió con gusto a la verónica, y aunque el astado se vino abajo pronto, el zaragozano se aferró al temple. Pase a pase, fue construyendo una faena de mérito, sin aspavientos, con el corazón por delante. La estocada fue efectiva, y una oreja cayó al esportón entre pañuelos blancos y orgullo local.

Con el cuarto, un Garcigrande noble pero justo de fuerzas, Aarón volvió a mostrar madurez y cabeza fría. Evitó la ligazón que el toro no podía sostener y apostó por tandas cortas, de tres y el remate, con la precisión de quien sabe leer la condición del animal. El pitón derecho ofreció el mejor viaje, y por allí exprimió el aragonés los mejores muletazos de la tarde, hondos y cargados de verdad. La plaza, de pie, pidió la segunda oreja, pero el presidente, cauto, solo concedió una. La petición fue fuerte, y el reconocimiento, unánime. Zaragoza veía en Aarón a su torero hecho y derecho.

Y llegó el sexto, el toro del todo o nada. Aarón Palacio, consciente de que la tarde aún podía tener un nombre propio, salió “a por todas”. Portagayola de órdago, al filo de la cornada, en una entrega sin reservas. Las largas cambiadas en el tercio encendieron el clamor, y las chicuelinas posteriores rompieron el alma del tendido. El toro, noble de salida, se vino pronto abajo por su falta de fuerzas. Pero Aarón, lejos de arredrarse, comenzó por pases cambiados de emoción pura, uno de ellos, casi imposible, y ligó una faena de pundonor y verdad, buscando la cercanía cuando el toro ya se apagaba.

El toreo por el derecho tuvo quilates, de muñeca firme y pecho abierto. Se arrimó como un perro fiel, jugándose los muslos en cada muletazo. Remató por manoletinas de fuego, con ese aire de quien sabe que está escribiendo su nombre en su tierra. La media estocada y los golpes de verduguillo no empañaron la emoción del público. Ovación tras aviso, pero con sabor a triunfo.

EL VEREDICTO DEL PILAR

Al caer la tarde, La Misericordia era un hervidero. Castella había demostrado que sigue siendo torero de clase mundial, con un Garcigrande de bandera que lo elevó a lo más alto. Pero el corazón de Zaragoza latía con Aarón Palacio. Su entrega, su pureza y su capacidad para sobreponerse a la falta de raza del encierro conquistaron a todos.

Cuando ambos salieron al tercio, los pañuelos ondeaban al unísono, pero los gritos eran claros: “¡Zaragoza, Zaragoza!”. Porque aquella tarde no se trató solo de cortar orejas, sino de demostrar quién se echa la ciudad a la espalda.

Y Aarón lo hizo. Con valor, con técnica, con alma. Con el toro y con su gente.

Ficha del Festejo:

Plaza de toros de La Misericordia, Zaragoza. Quinto festejo de la Feria del Pilar 2025 - Toros de Hnos. García Jiménez (1º y 6º), Domingo Hernández (2º y 3º) y Garcigrande (4º y 5º). Sebastián Castella: Silencio, Oreja y Dos orejas. Aarón Palacio: Oreja, Oreja con fuerte petición de la segunda y Ovación tras aviso. Incidencias: Al finalizar el paseíllo, sonaron los acordes del Himno Nacional de España.

  

 

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