Manolo Lozano: El Último Imperio del Toreo

Manolo Lozano: El Último Imperio del Toreo

19.06.2025  01:51 p.m.

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora

Ha fallecido Manolo Lozano (Manuel Lozano Martín) a los 94 años, patriarca de una de las dinastías taurinas más influyentes del siglo XX y XXI. Empresario, apoderado y torero, su vida tejió puentes entre América y España, entre la bohemia y la gestión, dejando una huella indeleble en la historia del toro bravo. Apoderó a más de 40 toreros, incluido El Juli y Morante, y fue socio del mítico Balañá. Hoy, el callejón pierde una de sus columnas vertebrales.

Arbeláez - Colombia. Hoy jueves, en la penumbra solemne que solo acompaña a los grandes silencios del toreo, se apagó la vida de Manolo Lozano (Manuel Lozano Martín), el mayor de los hermanos Lozano, a la edad de 94 años. Su nombre no sólo está tallado con oro en los carteles de las plazas y en la memoria de los tendidos: está tatuado en la historia misma de la Fiesta del Toro Bravo. Un hombre total. Un bohemio, sí, pero también un cerebro empresarial brillante, un estratega de despachos y callejones, un descubridor de talentos, un apasionado del toreo, y sobre todo, un referente irreemplazable.

Desde su nacimiento en Alameda de la Sagra, en agosto de 1930, la vida de Manolo Lozano fue un cruce constante entre destino y determinación. Se crio libre, al amparo de su abuelo y sus tías, antes de ingresar interno en los Maristas. Estudió Veterinaria en Madrid, pero su corazón estaba en el Rastro, en esas fotografías en blanco y negro que capturaban la estética y verdad de ‘Gitanillo de Triana’. La tauromaquia le hablaba desde entonces no solo como arte, sino como modo de vivir.

Fue torero. Sí, y con dignidad. Debutó con picadores el 25 de julio de 1958 en Aranjuez, cortando cuatro orejas y rabo. En 1970, en Tánger, tomó la alternativa con El Cordobés como padrino, y Gabriel de la Casa de testigo, frente a toros de La Jarilla, la ganadería de Palomo Linares, quien durmió en su cama años atrás cuando los Lozano le dieron el primer empujón hacia la gloria. Cortó nuevamente cuatro orejas y rabo y se cortó la coleta esa misma tarde. No necesitaba más. El ruedo le sirvió para entender la otra cara del toreo, la que se fragua en los despachos.

Y ahí fue rey. En la trastienda del toreo, Manolo Lozano construyó un imperio familiar sin precedentes. Junto a sus hermanos Pablo, Eduardo y José Luis, —y la siempre recordada Conchita— levantaron una de las estructuras taurinas más influyentes de la historia moderna, dominando con inteligencia y astucia las plazas de Aranjuez, Segovia, Manzanares y Barbastro, entre otras.

Fue socio del mítico Pedro Balañá Espinós, de quien siempre decía que “era el mejor empresario del mundo”, porque en aquellos tiempos Barcelona programaba más corridas que la misma Madrid. Con Balañá, Lozano compartió visión y riesgo, dos elementos indispensables para moldear la tauromaquia en lo artístico y lo comercial.

Pero si algo definió su vida fue el apoderamiento. Manolo no simplemente gestionaba carreras, las diseñaba con precisión quirúrgica. Convirtió a toreros en figuras. Más de 40 toreros pasaron por su batuta: Vicente Punzón, Gabriel de la Casa, Juan José, Curro Durán, Manili, Ortega Cano, Roberto Domínguez, El Soro, y, por supuesto, dos gigantes contemporáneos: El Juli —a quien catapultó firmando más de cien contratos por temporada en sus inicios— y Morante de la Puebla, con quien mantuvo una relación de arte, genio y locura, hasta que el de La Puebla se cortó la coleta en 2018.

La historia de Manolo Lozano no es simplemente la de un hombre, sino la de una era. Una época donde el empresario sabía de ganado, de toreros, de carteles, pero también de público. Un tiempo donde el apoderado era un hombre de callejón, de mesa de mármol, de conversación larga en el café y de paseíllo callado con mirada cómplice. Manolo era todo eso. Y más.

Su forma de ser era tan única como irreverente. Bohemio, impredecible, entrañable, intuitivo. Capaz de cerrar un contrato con una palmada o abrir una puerta grande con una frase. Tenía el olfato del genio y la sensibilidad del aficionado viejo, ese que no necesita datos para entender que un toro embiste de verdad o que un torero tiene duende.

Hoy, el toreo está de luto, pero también de pie. Porque la memoria de Manolo Lozano no muere: permanece en cada torero que se hace figura gracias al respaldo invisible de los apoderados; en cada cartel que mezcla arte y negocio; en cada tarde donde el toro y el hombre se encuentran en la plaza.

Desde En El Callejón y Voy a Los Toros, donde sabemos que los grandes del toreo no se despiden, sino que se eternizan en la memoria brava, expresamos nuestro más sentido pésame a su familia y amigos.

D.E.P. Manolo Lozano.

La Fiesta no te olvida. Porque sin ti, no sería la misma.

  

 

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